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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

"La realidad, creo yo, no necesita que nadie la organice en forma de trama, es por sí misma una fascinante e incesante Central creativa".

Enrique Vila-Matas, Mac y su contratiempo

Casi no hay analista que no considere la cooperación entre gobierno (ppkausa) y la mayoría opositora (fujimorismo) como única vía de desarrollo estable y duradera. El enfrentamiento entre estos dos grupos, lo vemos cada día, no nos lleva a nada bueno. Así vamos diez meses perdiendo el tiempo en pequeñas pullas, cargadas de adjetivos, y dejando de lado lo que realmente importa; léase, hacer las reformas ineludibles y obligatorias que nos permitan transitar el siglo XXI junto a los países de ingresos medios (ya no digo desarrollados, para lo que se requiere mucho más).

Cierto, hay un grupo de personas que promueven el enfrentamiento, que ven en el choque frontal entre ppkausas y fujimorismo dos cosas: por un lado, una satisfacción personal; pero por otro, más importante, una opción política y económica. Poniendo de lado a estos áulicos, que nada bien le hacen al país, igual la situación actual no brinda esperanzas de una cooperación en el futuro cercano. De hecho, nos hemos planteado, en anteriores columnas, si dicho escenario ya no estaría descartado por ambos grupos políticos.

En todo caso, la política es un juego de poder donde las estrategias se determinan con base en un único objetivo: para quien está en el poder, mantenerlo, y para quien está fuera de él, obtenerlo. El bien común, los ciudadanos, el futuro del país, siendo todos objetivos indiscutiblemente deseados, son (para quienes compiten por el poder) elementos abstractos que no están a la cabeza de sus prioridades. Bruce Bueno de Mesquita, en El manual del dictador, sostiene que "la política, como todo en la vida, trata de individuos, cada uno motivado a hacer lo que es bueno para ellos, no lo que es bueno para el resto".

Pensemos pues como el presidente Kuczynski y como quien encabeza la oposición, Keiko Fujimori. Cada uno enfrenta hoy dos alternativas básicas respecto al otro: cooperar o no cooperar. Y si bien para el país el único escenario que sirve es aquel en el cual ambos deciden cooperar, no necesariamente es el mejor escenario para cada uno dependiendo de su situación y el objetivo personal. No es lo mismo para Pedro Pablo Kuczynski, quien es hoy presidente, que para Keiko Fujimori, quien tendrá que lidiar con otros candidatos –por dicho espacio– en el futuro.

Sostener que Keiko Fujimori tiene las mismas responsabilidades que el presidente Kuczynski respecto al futuro de todos los peruanos, aunque suene políticamente correcto, es en el fondo equivocado: quien tiene la responsabilidad es el presidente; Fujimori, como cualquier líder político (llámese Alan García, Ollanta Humala, Verónika Mendoza, Julio Guzmán o cualquier otro), no es responsable en el sentido estricto, pues no fue elegida para gobernar.

Dicho esto, al presidente Kuczynski le podría beneficiar la cooperación de Fujimori, pero no necesariamente le convenga a Fujimori cooperar. Para que la candidata Fujimori tenga incentivos para cooperar deben darse una serie de condiciones; por ejemplo, que sus bases vean como positiva la cooperación, que el oficialismo no esté promoviendo un delfín (que compita con ella en 2021), que la cooperación no le genere costos políticos que puedan ser utilizados por sus adversarios, etcétera. Y, por supuesto, que el oficialismo no sea abiertamente hostil con ella. De estas condiciones hay varias que el presidente Kuczynski no puede garantizar, ofrecer, ni siquiera controlar. De hecho, está casi impedido (por una lealtad a la coalición que lo llevó al poder) de conceder varias de ellas.

No cooperar, por otro lado, no es necesariamente malo para ella. Ya sabemos que puede (de hecho, es lo más probable) ser malo para el país, pero no necesariamente para ella. No cooperar, dependiendo de la agresividad con que lo haga, socava parte de su base (aquellos que están más interesados en el país que en la política), pero también le hará ganar adeptos (aquellos desilusionados del gobierno). De hecho, en los diez meses de oposición, y con todo lo que el antifujimorismo le achaca, no ha perdido base: sigue en su 40% de popularidad (dentro del promedio histórico). Y si al gobierno le va mal, o si el gobierno toma un rumbo equivocado, o si termina empantanado en un problema mayor (corrupción, por ejemplo), no cooperar sería una ventaja. Lo que sí es meridianamente claro es que la no cooperación daña a Kuczynski casi siempre, y ella puede ser indiferente o hasta capitalizar de ello.

Cooperar, para el mandatario, pasa también por ciertos filtros. Para empezar, los que tiene dentro del partido y fuera de él, que a fin de cuentas se sienten coautores de la victoria ppkausa. En principio, a Kuczynski no le debería importar qué piensen dichos sectores de él; al final, una cosa es con quién llegas al poder y otra, muy distinta, con quién gobiernas. Pero a estas alturas ya quedó claro que para el mandatario sí es importante qué piensa ese sector de él y una eventual cooperación. Por otro lado, cooperar para que Fujimori lo maltrate, más allá de que él debe gobernar y será medido por ello, no está en sus planes. Quien conozca al mandatario sabe que es una persona con un lado muy amigable, o "soft" (suave), pero también tiene su lado terco, duro, y confiado en sí mismo.

No cooperar es un problema para su gobierno, pero Pedro Pablo Kuczynski ya llegó a lo más alto de su carrera, de sus aspiraciones y sueños. Es el presidente del Perú. Puede ser que esa sea la parada final de dicho autobús, que moverse signifique para él una alternativa y no un deber. En su entorno habrá quienes le señalen los problemas de la no cooperación, pero también tendrá quienes le digan que con el fujimorismo ni un paso atrás.

Cada uno actuará, entonces, con base en lo que más le conviene, pero también con base en cómo actúa el otro, y en el caso de Fujimori, en los demás contendores. Por eso, creo, no fue suficiente el acercamiento promovido por el cardenal Cipriani; una cosa es ir a una reunión, otra ir decidido a lograr un acuerdo. Y si recordamos los hechos, ni uno ni otro mostraron mayor interés después de la cita. Durante estos diez meses de gobierno ambos han transitado, además, por senderos donde la confrontación pesaba más que la coordinación. Existe pues una suerte de "dependencia al sendero establecido" que será muy difícil retrotraer.

¿Qué podría cambiar esta situación y el inevitable costo que se genera para todos los peruanos? Difícil de establecer, pero es claro que quien puede (y debe) hacer el primer movimiento es el presidente Kuczynski. No digo el gobierno porque es un sofisma: o Pedro Pablo Kuczynski encuentra en la cooperación las mayores posibilidades de gobernar, o ya se contentó con lo que obtuvo, la Presidencia.