notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La mejor manera de callar a los criticones (como yo) es con hechos y gestos claros. Hace unos días, desde esta columna, llamé la atención sobre cierta lentitud ante la necesidad de reformar, cosa nada sencilla, por cierto. Pero así como algunos estamos prestos a señalar aquellas cosas que, desde nuestros prismas, pueden caminar mejor o más rápido, creo que también debemos señalar cuando se hacen las cosas bien, sean políticas públicas o mejoras institucionales.

Dicho esto, dos cosas importantes a resaltar. La primera es el anuncio de la revisión de ciertos contratos establecidos por el anterior gobierno, como son la Línea 2 del Metro, el Gasoducto Sur Peruano y los aeropuertos Jorge Chávez y Chinchero. De acuerdo a las informaciones obtenidas, la negociación busca agilizar las inversiones (dentro del plan de reactivación económica) y hacerlas más sensatas (dado que se hicieron, como se dice, hasta las patas).

Ojalá vengan más revisiones detrás. ¡Es la plata de los peruanos en juego!Lo segundo es la revisión del sistema de incentivos (perverso) en el que vive la Sunat. En palabras del ministro Thorne, avanzaremos hacia uno que privilegie la atención al público por encima de la mera recaudación (con lo cual el incentivo "vandaliza a la Sunat").

Sin ser reformas estructurales, ambas apuntan a una preocupación por el ciudadano. ¡Excelente! Por fin vemos, así sea en pequeñas dosis, una administración que empieza a pensar en términos del ciudadano y no en términos del burócrata, la recaudación o la regulación.

Quedan, sin duda, muchos temas por abordar (una vez más, me gana el criticón). Pero estas señales, si se replican, podrían en el tiempo cambiar el sentido de nuestra administración pública. Australia es un ejemplo de cómo hacer las cosas: las políticas públicas se definen en términos del ciudadano (servicios, costos, productividad, etcétera), poniendo en segundo plano quién cubre los servicios, cómo lo hará, entre otros.

La discusión sobre el tamaño del Estado no se agota en chillidos de más o menos; debería partir por el fin último de la res publica: el ciudadano.