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Redacción PERÚ21

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Desde Carlomagno, pasando por la milenaria dinastía de los Capeto, hasta la revolución de los sans culottes, Francia ha sido referente político. Más aún, sembró la gran cultura. El amor que conocemos hoy fue creado en Languedoc (siglo XI), denominado "amor cortés". La Comédie-Francaise y Moliere inauguraron el teatro moderno. ¿Cómo olvidar a Lancelot y sus amores con la reina Ginebra, a D'artagnan y a los tres mosqueteros, al dolor existencial de los poetas malditos? ¿Y la arquitectura, la moda, los impresionistas y los surrealistas? La contribución de Francia al mundo ha sido monumental e incesante.

Todos le debemos algo o mucho, pero no de la misma forma. El edicto de Nantes (1598) promulgó la libertad religiosa, profundizando la separación Estado-Iglesia. La Ilustración elevó a la Diosa Razón y no la fe. La Revolución francesa escribió una constitución laica y los derechos humanos. Esto, para religiones como el islam, que creen en Estados confesionales regidos por ley religiosa, la ley sharia, es una deuda diabólica y Francia es su enemiga. Ciertamente que no todo el pueblo musulmán es extremista, pero su cultura anida una beligerante radicalidad religiosa, frente a la libertad. La sociedad francesa, implicando superioridad moral, ha ido cediendo al empuje islámico y esto ha incubado (tan solo fichados) a más de cinco mil franceses islamistas. Que este dolor por Bataclán y los asesinados este viernes 13, en París, le entregue la brújula a Hollande y a los intelectuales franceses, que la majestad de un Estado no es hacer alarde de culpa y empoderar a la supuesta víctima ideológica, sino proteger a sus ciudadanos, su bienestar y a la libertad de occidente, por encima de cualquier otra consideración.