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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Adelma Tapia se salvó de morir en Pucallpa durante el terrorismo peruano y fue víctima inocente de las bombas yihadistas de Bruselas. El yihadismo aparece como la degradación de una fe a la que la historia no le ha mutilado su peligroso impulso mesiánico y redentor, cosa que sí ha hecho con el catolicismo durante los últimos cinco siglos, preparándolo para la modernidad. Siendo criminal, el yihadismo es militarmente escuálido, es un magro enemigo táctico que ataca sin poner en riesgo la existencia de Occidente, aparentemente. No tiene, por ejemplo, la tóxica efectividad de Sendero Luminoso y del MRTA que durante varios años infligieron a los peruanos un promedio de cinco mil acciones militares anuales, de diferente envergadura, a punto de derrotar al Estado. En vidas humanas segadas, los atentados yihadistas, en Europa, equivalen a un par de semanas del terrorismo peruano de los años 90. Entonces, ¿dónde está la amenaza estratégica del yihad? Al parecer está en el mismo capitalismo que es, ante todo, un sistema económico y no militar. Su economía de mercado se fundamenta sobre la rutina y sus derechos individuales sobre la paz, pilares que son debilitados por la guerra asimétrica del yihad, una combinación de migraciones masivas, terrorismo urbano y opinión "políticamente correcta". Estas fricciones asimétricas obstruyen la rutina económica y neutralizan la voluntad defensiva de Occidente, al meterlo en una contradicción ética de sus derechos humanos y los ajenos. Es una trampa propia donde la fuerza es también debilidad. Las sociedades indecisas terminan por desplomarse con este roer. Pero a veces aparece una o un estadista que toma el camino duro y polémico salvando a su sociedad, aunque luego pague cárcel como un truhán cualquiera. Ese es el precio de la grandeza.