(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Con absoluto dolor e indignación, quienes alguna vez vestimos el uniforme de la patria en la Policía Nacional del Perú vimos, el último 27 de diciembre, cómo un grupo de generales PNP eran detenidos por Diviac, quienes serían parte de una organización criminal para ascender irregularmente al grado de general. Entre ellos, se encontraban civiles, suboficiales que fungieron de “resguardo” o “sombra” de Pedro Castillo. 24 horas después, el “no habido” exdirector PNP Javier Gallardo se entregaba a la Policía en las puertas de un canal de televisión, luego de dar una lamentable entrevista, que dejó más dudas que descargos razonables a su favor. Como ser humano, duele ver a un hermano policía tras las rejas, lo admito.

No cabe duda de que la llegada de Pedro Castillo a Palacio de Gobierno y la consolidación de su círculo de familiares, amigos y paisanos en el poder despertaron ambiciones desmedidas en quienes, contrariamente al compromiso de servir al país, vieron la oportunidad de aprovecharse de él, no sin antes percatarse de que, dentro de aquellos “círculos”, manaba el hedor de ambiciones similares. El hambre y la necesidad se encontraron en momento y lugar equivocados.

La ignorancia de Pedro Castillo y ser el operador funcional de SL lo hicieron actuar con desprecio por la democracia y sus instituciones. Hoy sabemos que él mismo se habría encargado de recibir dineros mal habidos, sin importar si estos venían manchados de deshonra, de deshonor o deslealtad. La mala intención de favorecer a un grupo de oficiales generales para manipularlos al servicio de un régimen que claramente iba sin rumbo de colisión hacia el totalitarismo social-comunista quedó al descubierto. También la ignorancia sobre política de los (des)favorecidos y su falta de escrúpulos los hicieron meter las manos donde no debían y perdieron la cabeza, así como su libertad. No entender el fenómeno correctamente tiene consecuencias. Anoten.

Pero que no sea el desánimo el que impere hoy en el espíritu de la Policía Nacional. Al contrario, aunque el momento sea duro, hagamos que este acto higiénico nos fortalezca, nos permita una etapa de resiliencia necesaria. Sigamos siendo una de las mejores policías del mundo bajo el actual comando institucional liderado por el Gral. Raúl Alfaro. Demos las grandes batallas que sigan marcando la historia, con capturas épicas contra el terrorismo, el narcotráfico, la corrupción, así como con las luchas contra quienes atemorizan a los ciudadanos. Eso es lo más importante, que somos mucho más fuertes que este momento de dolor e indignación. Que, a pesar de todo, la moral se mantenga siempre alta, altísima, como el sol y las estrellas, ¡hasta el firmamento! Y que en este 2023 que se avecina, culminemos de limpiar el país de corrupción y totalitarismos. ¡Seguimos! ¡Sí se puede!