Jorge Nieto Montesinos: Sombras de obras

“Sabemos que las palabras son sombras de obras. Pero sin esas sombras no hay obras. Especialmente si su sola enunciación performa, da forma”.
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Vagabundeando por librerías, costumbre que adquirí cuando era estudiante secundario en Arequipa y a lo largo de los años me he dado maña para no perder, me encuentro con un viejo librito de Oriana Fallaci. La rabia y el orgullo. Uno de una trilogía que escribió al final de su vida, sus últimos seis años, y que incluye La fuerza de la razón y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma. Tienen su origen en los atentados del 2001 en Nueva York y Washington, y en los ulteriores de Londres en el 2004. Libros ácidos, desencantados, escritos bajo la presión de la desmesura y de un uso lúcido –no siempre lógico- de la razón, su razón. Esa que la llevó a soportar varias denuncias por racismo en Suiza, Francia e Italia.

Me encuentro el libro es un decir. Varios atentados en los últimos días, que incluyen el de Orlando, el de Estambul, el de Dacca, el de Bagdad y los de Yida y Medina, en Arabia Saudita, todos realizados a convocatoria del Estado Islámico para hacer del Ramadán de este año un mes sangriento para los infieles, me llevan en busca de literatura para tratar de entender. ¿Choque de civilizaciones, como decía Huntington, quien extendió su "teoría" a los problemas que para la identidad norteamericana serían los migrantes latinos en EE.UU.? ¿Diálogo de civilizaciones como quieren la Unesco y otras organizaciones internacionales? El dilema y el tema exceden un artículo de estas dimensiones.

Pero leyendo el libro de la Fallaci –he supuesto que no necesitaba presentación porque en su momento disfruté de casi todas sus entrevistas a personajes públicos que después de realizadas terminaban odiándola y me doy cuenta de que es una señal generacional– me encuentro con una aseveración que tiene sentido para nuestro hoy. Dice la autora: "Debo aclarar que para mí escribir es algo muy serio. No es una diversión o un entretenimiento o un desahogo o un alivio. No lo es porque nunca olvido que las palabras escritas pueden hacer un gran bien pero también un gran mal, pueden curar pero también matar".

Una responsabilidad civil de otra época. Tan necesaria hoy. Tan útil. Especialmente si lo que tenemos por delante es una situación delicada, llena de precarios equilibrios que, si los sabemos conjugar, puede tornarse todo muy productivo. Sabemos que las palabras son sombras de obras. Pero sin esas sombras no hay obras. Especialmente si su sola enunciación performa, da forma, es decir, constituye una situación que reclama otro lenguaje. Y otra calidad de nuestro diálogo público. Como exigía hasta el final Oriana Fallaci, muerta hace ya casi diez años.

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