San Juan de Lurigancho
San Juan de Lurigancho

La violación, asesinato y quema del cadáver de Jimena, una niña de once años, ha conmocionado a todo el país. Las masivas movilizaciones ciudadanas son una muestra del repudio y también de la impotencia ante lo sucedido. La angustia y el temor de las familias que se sienten amenazadas porque les ocurra algo parecido impulsan el desesperado pedido de la pena de muerte para los culpables. Ya todos conocemos cómo en situaciones parecidas, con el pasar del tiempo, las cosas volvieron a repetirse con una indignante impunidad.

Esta vez la ira ciudadana empieza a dar sus frutos. Con ayuda de los medios y colaboración de las autoridades, se ha iniciado una campaña para que otros violadores que lograron escapar de la justicia sean ubicados y metidos presos. No solo para que paguen ante la justicia por el crimen cometido sino para impedir que lo continúen cometiendo en otros lugares y desde la clandestinidad.

Sin embargo, estadísticas y voces autorizadas nos dicen que la mayoría de las violaciones contra menores ocurre al interior de los círculos familiares más cercanos. Y el ocultamiento y silencio de las víctimas corre parejo con el miedo, la vergüenza y el falso e inducido complejo de culpa de lo que se aprovecha el violador para continuar con el abuso durante meses si no años.

En otros casos, cunde el temor de la víctima que guarda en silencio lo ocurrido por el temor al escándalo ante vecinos, amigos y compañeros de estudios. Y, en casos extremos, particularmente en frágiles familias de pocos ingresos obtenidos por el hombre “jefe de familia”, a pesar de la sospecha de la madre que su pareja o esposo es responsable de este crimen con uno de sus menores hijos, prefiere guardar silencio ante la posibilidad de que se quiebre el modesto ingreso que sirve para la manutención de sus otros hijos.

¿Por qué no hay una serie en la TV acerca de este espinoso tema?