El embajador de Corea del Norte Kim Hak-Chol. (Presidencia)
El embajador de Corea del Norte Kim Hak-Chol. (Presidencia)

La temeraria escalada nuclear de Kim Jong-un, monarca de la tiránica dinastía norcoreana, amenaza la paz mundial. El peligro es real. Las consecuencias económicas de una conflagración afectarían a socios comerciales tan importantes para el Perú como China, Japón y Corea del Sur.

El estreno de una poderosa bomba de hidrógeno hace diez días, meses antes de nuestro ingreso al Consejo de Seguridad de NN.UU. (2018) y del discurso del presidente Kuczynski en la Asamblea General, reclamaba una reacción severa como la expulsión del embajador de Pyongyang y la cancelación de las credenciales de nuestro embajador concurrente ante ese gobierno. Son decisiones consistentes con las reiteradas condenas de Torre Tagle a sus irresponsables pruebas de misiles en un escenario geopolítico tan sensible.

El vínculo con esa satrapía anacrónica es una herencia del general Velasco Alvarado: la Conferencia de los No Alineados en Lima (1975) optó –irónicamente– por la membresía de Corea del Norte, el más alineado de los regímenes comunistas, descartando la candidatura de Corea del Sur. Las relaciones diplomáticas se establecieron en diciembre de 1988, durante el primer gobierno de Alan García (ver interesante crónica ).

México, socio en la Alianza del Pacífico, expulsó al embajador norcoreano (8.9.2017) con argumentos similares a los del Comunicado de Cancillería. El emblemático Tratado de Tlatelolco contra la proliferación de armas nucleares es un hito de la diplomacia mexicana; y aun se recuerda que Perú llegó al extremo de romper relaciones diplomáticas con Francia por sus pruebas nucleares en el lejano Atolón de Mururoa (1973).

Las provocaciones y el desacato de Kim Jong-un a las resoluciones del Consejo de Seguridad del que pronto seremos miembros ameritan una decisión contundente como la que hemos adoptado tan oportunamente.