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Redacción PERÚ21

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Carlos Tapia, Opina.21ctapia@peru21.com

Ya era tiempo. Si miramos América Latina, éramos la excepción. Habíamos pasado de un extremo al otro; mientras que a los inicios de los años 80 nos habíamos convertido en un ejemplo para las izquierdas de otros países de la región, en cambio, ya en la segunda década del siglo XXI, divididos en múltiples grupos, se nos miraba con extrañeza y ejemplo de arcaísmo.

El extremo ideologismo de raíz seguidista y colonial tuvo mucho que ver. Para afirmar una dudosa identidad, debíamos partir de las diferencias con los otros grupos de izquierda; nos definíamos por lo que nos separaba. Y, entonces, era imposible la unidad. Lo peor, el pueblo sin entender lo que sucedía, empezó a desconfiar.

Recién cuando se recobró la cordura política se puso al día "la unidad en la acción". Pero, dispersos y en pugnas internas, el avance era lento. Se mantenía la desconfianza, por eso el pueblo izquierdista votaba por otros candidatos, llamados "el mal menor".

La tesis leninista del "centralismo democrático", donde todo el partido se subordina al Comité Central, no favorecía la flexibilidad útil para la concertación de posiciones. Pero las bases cada vez más exigían la unidad.

Hasta que se inició el proceso unitario con la formación de Fuerza Ciudadana (CxC+FS+PS+PCP), Tierra y Libertad puso a disposición de la izquierda su inscripción electoral y Patria Roja, en una autocrítica válida para todos, señaló como un error no resaltar nuestras coincidencias.

El nacionalismo de izquierda nos miraba con expectativa. De ahí, a reconocer que el uso de la violencia al final favorece a la ultraderecha, que la democracia debe ser para todos, la aceptación de una economía nacional de mercado abierta al mundo, un estado reformado, fuerte pero no grande, la defensa del ambiente y el buen vivir, y la apuesta por la unidad sudamericana, solo quedaba un paso. El que se dio el viernes pasado.