Esta mañana, a causa de la llovizna, la temperatura fue de 18°C en Lima Este y Oeste, y 19°C en el Callao. (Foto: Gustavo Muñoz/GEC)
Esta mañana, a causa de la llovizna, la temperatura fue de 18°C en Lima Este y Oeste, y 19°C en el Callao. (Foto: Gustavo Muñoz/GEC)

La fundación española de Lima fue en enero de 1535. Era verano, con sol y ríos con agua. En cualquier otra estación, con garúa persistente, con cielo tono panza de burro por neblina y humedad al 100%, los españoles hubiesen seguido de largo. Xauxa seguiría siendo nuestra capital. Pero, por pura costumbre, nos gusta este invierno de nueve meses. Dicen que ese clima nos hace melancólicos y conformistas. Para compensar tenemos el verano. Con el sol enorme de febrero, tan majestuoso que lo adoramos como los antiguos. Entonces somos festivos y capaces de todo. ¿Somos así?

Toynbee estudió que las civilizaciones arcaicas se desarrollaron ahí donde el clima es adverso. Vencer dificultades las hizo fuertes. Braudel, en esa línea, sostuvo que el hambre solo da tiempo para cazar, pescar o recolectar.

Después, la abundancia permite todo lo demás: el arte, la religión y la política. Las sociedades modernas se desarrollan a partir de lo que logran en esa abundancia. Nuestro hambre fue la hiperinflación de los ochenta.

Nuestra lucha en los noventa fue la liberación de los precios, el ajuste fiscal para gastar solo lo que se recauda, la venta de las empresas públicas y las condiciones para que prospere la economía en competencia. De ese modo por 30 años hubo empleo, creció la clase media, se redujo la pobreza y fuimos la estrellita de la región.

Pero cuando debimos aprovechar la abundancia para construir infraestructura, mejorar servicios públicos y desarrollar instituciones, se destapó la corrupción que nos había acompañado por lo bajo.

Atontados, la economía se paralizó y la política reacciona con populismo para complacer a la platea. Propone eliminar peajes, controlar el precio de la energía eléctrica y el plazo en que se deben pagar las facturas de las mypes, por ejemplo. Pero ya sabemos que el control de precios trae escasez, produce inflación, pierde empleos y aumenta la pobreza. Ilusiona al pobre que cree mejorar, pero en verdad lo traiciona con crueldad porque le costará más. No es argumento, esa historia ya la sufrimos.

Es tiempo de volver a tener hambre para vencer dificultades. El hambre de hoy es el compromiso por mantener las reglas de la economía y de la disciplina fiscal, promover la inversión privada para que haya empleo, ser honestos con las expectativas populares y canalizar sus expectativas, recuperar la autoridad y crear instituciones. Es posible, ya lo hizo toda la tribu junta en tiempos peores. Pacto social y político se llama. Que el invierno no nos alcance.

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