Instituciones de papel
Instituciones de papel

En los últimos días, la institucionalidad ha sido atropellada por el Congreso, el presidente Vizcarra y diversos líderes de opinión. Ha quedado demostrado que las instituciones no representan a la nación, ni a las leyes, sino a los políticos y a los funcionarios que las ocupan; y, tal como Cicerón dijo, cuando una nación se encuentra bajo el imperio de los hombres, en lugar del de las leyes, está destinada a fracasar.

El país atraviesa tiempos muy aciagos. Los logros de tres décadas se han visto amenazados por la inmadurez y el populismo. La inmadurez de un fujimorismo revanchista, cuya visión era tan miope que lo único que podía anhelar era vacar a Kuczynski como sea, creyendo que Vizcarra sería el peón de la cúpula de Fuerza Popular. Pero también el populismo de Vizcarra, que, en nombre de la voz popular, destrozó la institucionalidad. El cierre del Congreso fue aplaudido, sí, como el autogolpe de 1992, pero también fue legalizado por el Tribunal Constitucional, sí, como la segunda reelección de Fujimori. Habrá quienes digan que no es lo mismo, y por supuesto que no lo es; la demagogia es amorfa, se parece, pero nunca es igual. Es por ello que los efectos nocivos de este periodo serán analizados con más calma en el futuro, cuando las cifras económicas sean insostenibles y los demagogos del futuro utilicen todos los precedentes que se dejaron en este gobierno para cerrar Congresos sin que se vote la confianza, vacar a presidentes en menos de dos semanas, o descalificar a todo opositor por el hecho de no estar de acuerdo con el populista de turno.

Todo ello ha sucedido entre aplausos irresponsables, y entre la nada ética defensa acérrima de líderes de opinión, no hacia las instituciones, sino hacia quienes las ocupan. Ellos han reducido las instituciones a personas.

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