El también ex parlamentario le dio el pésame a la familia del ex mandatario y saludó a la militancia aprista. (Foto: Anthony Niño De Guzmán / GEC)
El también ex parlamentario le dio el pésame a la familia del ex mandatario y saludó a la militancia aprista. (Foto: Anthony Niño De Guzmán / GEC)

Esta ha sido, sin duda, una semana brutal. Desconcertante, extenuante. Cargada de días cuyas horas quedarán registradas en la mente de los peruanos y en la historia de nuestro país. Minuto a minuto, vimos a través de los medios, como si estuviéramos frente a una película de intriga y acción, el trágico y violento final del ex presidente Alan García; el político más talentoso, astuto y polémico que nos tocó conocer; el que marcó con su personalidad sagaz y controversial el Perú de los últimos cuarenta años. El que, aun muerto, continuará congregando amores y odios extremos, seguidores y detractores acérrimos.

No sabemos si su aciaga muerte será el epílogo que sellará su carrera política –falta conocer el resultado de las investigaciones del caso Lava Jato en el Perú en lo que concierne a su segundo gobierno–, pero su deceso no debiera ser aprovechado por el oportunismo.

Su desaparición, como lo confirma en la carta que escribió, imprimió y firmó el ex presidente, anticipándose a la decisión judicial que ordenaría diez días de prisión preliminar en su contra, fue una decisión autónoma, íntima; “personalísima” ha dicho Carlos Roca, su antiguo compañero de partido y de aprendizaje junto a Haya de la Torre.

Por lo que resulta sumamente irresponsable culpar, valiéndose del dolor de la multitud, al Poder Judicial, al presidente Vizcarra o a la prensa.

El Jueves Santo, por la tarde, llegó al velorio que se realizaba en la Casa del Pueblo el ex candidato por Acción Popular, Alfredo Barnechea. Ingresó solemne, con gesto adusto y en cuanto estuvo frente al féretro, hizo puchero, cogió el micro y profirió un discurso tan altisonante como convenido.

“La orden de detención causó esta trágica decisión”, sentenció, girando sobre sus talones para dirigirse a los condolidos militantes apristas conglomerados en el auditorio. “Hay que acabar con esta mafia judicial en contubernio con los improvisados del Gobierno”, añadió. En ese momento, el gentío comenzó a corear “Vizcarra asesino”. En lugar de comportarse como un reflexivo y sensato dirigente político, el ex candidato a la presidencia en las últimas elecciones generales fue a caldear los ánimos, a exacerbar. A buscar el aplauso desesperado de un público adolorido y enojado.

Antes, Barnechea se había referido al “cartel mediático que ha distorsionado el Perú y al cual, cuando lleguemos al Gobierno en 2021, vamos a regular”. El líder del Apra todavía se estaba velando y Alfredo Barnechea ya le estaba serruchando las bases partidarias.

El final de su discurso fue todavía más evidente. “Alan García, igual que yo, éramos políticos que creíamos en la cultura, en la poesía. A él le gustaba competir conmigo porque decía que yo era el único que tenía la misma memoria que él”, espetó sin siquiera ruborizarse.

En circunstancias como las vividas, el oportunismo de algunos refleja la misma falta de respeto y monstruosa insensibilidad que la manifestada por los viejos enemigos de Alan García, en los mismos momentos de su muerte, abusando de las redes sociales. La política no debe practicarse entre caníbales, eso puede terminar convirtiéndonos en una sociedad infame. Una cuota de poder no lo vale todo.

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