Donald Trump (Reuters)
Donald Trump (Reuters)

Desde sus tiempos como candidato, Donald Trump ha tenido un discurso antiinmigrante. El apoyo que Trump ha logrado se sustenta, parcialmente, en considerar a los inmigrantes como la causa de casi todos los problemas de Estados Unidos.

Por ello, desde el inicio de su mandato, el republicano ha buscado desmontar el andamiaje jurídico que tenía como objetivo proteger a extranjeros que, por razones que escaparon a su libre voluntad, habían llegado a EE.UU. de forma irregular. Hasta el gobierno de Barack Obama, aquellos que siendo hoy adultos llegaron cuando eran menores de edad (los llamados dreamers) y las personas que llegaron obligadas por la guerra o un desastre natural en sus respectivos países (beneficiados por el TPS) habían merecido una preocupación especial.

Poner fin a programas temporales no es ilegal, pero deportarlos resulta inhumano. Como también lo es que el gobierno republicano negocie con los congresistas demócratas permitir la permanencia de estas personas en tanto se garantice los recursos para la construcción del muro en la frontera con México.

Lamentablemente, Trump olvida la contribución de estos inmigrantes a la economía estadounidense; que muchos de ellos tienen negocios en EE.UU. e hijos de nacionalidad estadounidense, incluso ni siquiera conocen sus propios países; que la situación de sus países es complicada (varias naciones centroamericanas se encuentran entre los países más violentos del mundo); y, que según las estadísticas, los inmigrantes en su mayoría ni son violadores, narcotraficantes, ni terroristas, apelativos que Trump ha utilizado para calificarlos en más de una oportunidad.