(Foto: PCM)
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Del lado de los que exigen una transformación del régimen agrario se ve a dos grandes actores. Por un lado, los que tienen una agenda legítima de cambio conocida desde hace años y que se han levantado en protesta sin que nadie los digite. Por el otro, quienes intentaron ingresar a Palacio de Gobierno por la puerta trasera unas semanas atrás y han comenzado a hacer alboroto, principalmente, desde las redes, de lejitos nomás, con la intención de construir un relato que logre desestabilizar más al nuevo gobierno.

La renuncia del ministro del Interior fue una muestra de debilidad de Sagasti, pero, aunque los golpistas reagrupados celebraron el triunfo, parece haberles sido insuficiente. Ahora quieren escalar más alto, y han encontrado en las carreteras tomadas una oportunidad que no han dudado en capitalizar.

No han demorado en construir un relato que permita sembrar la idea de ingobernabilidad y caos generalizado. Se están moviendo agilitos. Culpan del conflicto a Sagasti y su recién estrenado gobierno, como si no hubiese sido el Congreso el que relegó el debate sobre la derogación del régimen agrario, a pesar de que ya tenían una decisión tomada. Además, no olvidemos que fue la derecha más achorada la que catalogó de terrorismo a la protesta inicial en Ica, activando con ello la unificación de los trabajadores agrarios a nivel nacional y la solidaridad de quienes no tenían planeado plegarse. En vez de construir una narrativa conciliadora y con enfoque de solución, voceros espontáneos de los agroexportadores, básicamente, patearon el tablero, recordando que en Perú aún pulula un empresariado que se comporta como gamonal.

Ante la coexistencia de estos dos actores en el lado de los que buscan más derechos para los trabajadores agrarios, es necesario saber diferenciar entre los que están ahí por convicción y los que lo hacen para ver si en la revuelta logran capturar el poder nuevamente.