(Foto: GEC)
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Es casi seguro que usted se haya quemado alguna vez; en la cocina mientras freía, o con la plancha o con vapor cuando abrió la tetera sin cuidado. ¿Recuerda el dolor? Ni las pomadas ni los remedios caseros lo calman. Imaginen lo que pasa una mujer rociada con gasolina y prendida, o un niño con quemaduras de tercer grado.

No en vano es el fuego del infierno el castigo eterno elegido para los pecadores que no merecen misericordia. Pero más allá de lo que crean los fieles de algunas religiones o haya planteado la imaginación de grandes escritores; el dolor del fuego no es un castigo divino a los pecadores: es una maldad, una negligencia, un accidente que afecta a un inocente que morirá o vivirá deformado con terribles dolores.

Es por eso que el accidente en Villa El Salvador o el de Las Malvinas nos afectan tanto; porque esos, como otros tantos causantes de quemaduras, se pueden y deben evitar; aplicando la ley, como en el asesinato de una mujer rociada con gasolina; o educando y dando infraestructura para que no haya niños quemados por la caída de la vela con la que se alumbraban; o porque cayeron en la olla de agua hirviendo que la madre dejó en el suelo; o porque no aprendieron a dominar su vejiga y como castigo los sentaron en un ladrillo caliente.

Las instituciones del Estado están más activas en los procesos de fiscalización para evitar riesgos laborales. Dado el número de empresas que operan en hogares, garajes y lugares casi inubicables, será difícil cubrir todo el universo. Por ello, se debe priorizar con una lista objetiva qué se debe o no exigir, identificar las actividades de mayor riesgo y mirar al Estado: ¿cuántos hospitales resistirían un terremoto de alta magnitud?

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