“No quiero en este artículo defender la eficiencia de la empresa privada vs. la del Estado, sino reconocer que el costo de llevar agua cada vez más lejos obliga a pensar si no es mejor hacer más eficientes los subsidios estatales a las viviendas populares”.
“No quiero en este artículo defender la eficiencia de la empresa privada vs. la del Estado, sino reconocer que el costo de llevar agua cada vez más lejos obliga a pensar si no es mejor hacer más eficientes los subsidios estatales a las viviendas populares”.

Las playas vacías y las carreteras más libres nos permiten ver cosas que antes pasábamos por alto, como la realidad que devela el enorme letrero que dice bajo su foto: “Iladia Arango. Lleva 60 años esperando agua. Sedapal, no permitas que Lurín muera de sed”. La mayoría de las personas que conozco en los asentamientos humanos me dicen que tienen luz, mas no agua. No quiero en este artículo defender la eficiencia de la empresa privada vs. la del Estado, sino reconocer que el costo de llevar agua cada vez más lejos obliga a pensar si no es mejor hacer más eficientes los subsidios estatales a las viviendas populares, construidas con materiales modernos, planos y en zonas seguras. Los costos de habilitación de esas zonas, que permitirían además un crecimiento más ordenado, pueden generar ahorros, acceso a servicios y mejoras en la calidad de vida.

Hace unos años escribí sobre las “Mujeres de Arena”; en realidad sobre esos hombres y mujeres que caminan kilómetros de playa sobre la arena caliente, ofreciendo desde helados hasta joyas, yendo de sombrilla en sombrilla, de toldo en toldo, exponiendo su mercancía para luego entrar, por S/2, al duro regateo que para el comprador no significa nada pero que para quien vende puede ser la diferencia entre poder o no tomar transporte.

Hoy, que las playas están vacías, imagino que ellos y otros muchos continuarán caminando sobre la arena, pero de los cerros donde seguramente están sus viviendas.

Cada cierto tiempo recordamos que “un terremoto podría destruir Lima y matar a cientos de miles”, especialmente en las zonas precarias. ¿Debemos esperar a que suceda o podemos tomar la iniciativa e invertir en prevención?


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