BLANCO APRISTA. Al igual que hace más de dos décadas, Alan García está bajo la lupa fiscal. (César Fajardo)
BLANCO APRISTA. Al igual que hace más de dos décadas, Alan García está bajo la lupa fiscal. (César Fajardo)

El atajo suicida que tomó Alan García nos exonera de ahondar en los papeles fiscales que lo llevaron a ese trágico final. Alan García decide matarse porque se sabía culpable. Para él, y para otros no pocos acusados, ir preso es como morir en vida. Una muerte lenta o una muerte fulminante; era cuestión de elegir y García optó por su última huida. Y él, preso ya con sus actos y con las evidencias que lo habían rodeado como nunca antes, apretó el gatillo para aligerar una sentencia inminente. Pero García nos deja su cadáver no solo “como muestra de desprecio a sus adversarios”, sino para endilgarles su muerte y así petardear, con su propia vida, los procesos anticorrupción del caso Lava Jato.

Los apristas buscarían desestabilizar las investigaciones y al propio Gobierno. Durante el velatorio se escuchó una arenga muy peligrosa y que corrobora la estrategia: “Vizcarra asesino”. No faltó un Barnechea que se suba al coche y, entre oportunista y sibilino, acusó a la “mafia judicial” del suicidio de García.

Ni la Fiscalía, ni Vizcarra son culpables de su muerte; menos la prensa, ni siquiera sus enemigos: el único responsable es él. Pero, ante la opinión pública, con un muerto encima, las cosas serán aún más difíciles y cuesta arriba para el equipo especial de fiscales.

Son las horas más duras para una lucha que nunca se ha dado así contra la corrupción. Al suicidio de García se suma la hospitalización de Kuczynski. La justicia le ha impuesto 36 meses de prisión preventiva, pese a estar internado en la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica Angloamericana. Las imputaciones fiscales contra él son graves, pero apresarlo sin peligro de fuga y obstaculización lo suficientemente categóricos hace que la medida parezca drástica y hasta inhumana. Bien se le pudo dictar arresto domiciliario.

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