Martín Vizcarra dio un discurso en la Escuela Naval. (Foto: GEC)
Martín Vizcarra dio un discurso en la Escuela Naval. (Foto: GEC)

El presidente Vizcarra, nos guste o no, ha dado una muestra de músculo y reflejo político tremendo. Primero logró que, por primera vez en más de 20 años, la ciudadanía apoye el regreso a la bicameralidad. Luego, cuando hubo notado que –en sus palabras– el Congreso había desnaturalizado la pregunta, decidió recular y logró que los mismos ciudadanos retrocedan con él. Fuera del juicio de fondo de cada uno de los extremos de este referéndum, Vizcarra ha mostrado fuerza.

Ahora: el poder es estructuralmente efímero y es conferido por un pueblo que está harto de tanta corrupción. El presidente Vizcarra acaba de ganarse la legitimidad popular que tendría un presidente recién elegido: debe saber usarla. Tiene en frente a una bancada fujimorista que hace agua y a sus rivales políticos enfrascados en luchas uterinas. Él no tiene partido ni posibilidad de postular a una reelección. Lo que tiene entonces es una oportunidad fantástica.

Las reformas pendientes sobre las que el presidente ha hablado no podrán, bajo ninguna óptica, ser implementadas en lo que queda del quinquenio. Pero si Vizcarra sigue moviéndose políticamente con ritmo y astucia, bien podría encaminar las reformas que en la gestión que inicie con el bicentenario se ejecuten. Esta oportunidad de la que hablamos, sin embargo, tiene también sus costos: si es desaprovechada, muy difícilmente se podrán llevar a cabo reformas.

La ciudadanía ha percibido este como un momento coyuntural en el que los astros se han alineado y las puertas han quedado abiertas de par en par para que un outsider extemporáneo limpie la casa. Y ha decidido apoyarlo con vigor y convicción. La cuestión está en que si la misma ciudadanía no percibe un real cambio en la forma como se maneja el sistema político y la administración de justicia, 2021 será un año en el que –nuevamente– jugaremos a la ruleta rusa.

No puedo terminar esta nota sin expresar mi decepción frente a la entrevista conferida por el señor Marcial Rubio. Rubio fue mi primer profesor en la Facultad de Derecho de la PUCP y ha sido, sin duda, uno de los más notables docentes de esa casa de estudios. Escucharlo decir que simplemente se actuó como se actuó porque no se podía cumplir la ley me ha dado vergüenza y pena. En 20 minutos de (paupérrima) entrevista, Rubio deshizo una carrera de 50 años.

Esto, más los recortes a los pensionistas y los sueldos que las autoridades se pagan, es lo que da vergüenza. ¡Que viva la revolución, pero con la plata de los estudiantes! Así cualquiera…