Leyla Chihuán es la congresista de Lima con peor imagen, según encuesta de Ipsos. (Perú21)
Leyla Chihuán es la congresista de Lima con peor imagen, según encuesta de Ipsos. (Perú21)

Para desgracia de este Congreso, el tema del sueldo de los representantes estará siempre ligado a una difundida queja –“no me alcanza para el tren de vida que llevo”– de la congresista Leyla Chihuán (Fuerza Popular), que tardó menos de dos minutos en convertirse en un meme festejado a lo largo y ancho de las redes sociales y pronto pasó, también, a integrarse a la replana criolla para acusar escasez o falta de dinero.

De mayor pegada que el clásico “estar misio” o el más reciente “andar aguja”, ahora en casi todo el país se emplea el “estoy chihuán” para indicar, no sin humor, que uno está tan pobre como congresista. Y a nadie debería extrañar, incluso, que tan singular peruanismo se convierta razón de sesudas disquisiciones en la Real Academia de la Lengua, pues antecedentes de incorporaciones idiomáticas de este tipo, las hay en significativo número.

Sería de todos modos, la de este adjetivo, una celebridad paupérrima, es decir, una “celebridad chihuán” que no nos dejaría tan bien parados como país, ni como democracia, por lo menos en lo que se refiere a instituciones como el Congreso de la República.

Los pronósticos de longevidad del modismo aumentaron en estos días por una desafortunada declaración de la vicepresidenta Mercedes Araoz, quien es asimismo parlamentaria (PPK), relacionando la honradez de los funcionarios con el monto de su sueldo, como ella misma explicó en sus disculpas públicas. La pata, sin embargo, es fácil meterla: lo difícil –como lo sabe la congresista Chihuán, que en su momento también pidió perdón por su boutade– es sacarla.

Y no hablamos por supuesto de las hilarantes “chanchas” y “polladas bailables” que se están anunciando en internet para apoyar la vulnerada economía de la vicepresidenta y evitar así que caiga en las garras de malhadados lobbies. Nos referimos a cómo la falta de tino lleva a que un tema crítico, como es el de los gastos de representación en el Congreso, termina haciendo –podría decirse casi que por mano, o lengua, propia– mayor escarnio de una institución que por lo demás no anda nada sobrada de prestigio.

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