Habría que ser mezquino para no reconocer la acertada respuesta del Ejecutivo a la crisis sanitaria. Sin duda existen oportunidades de mejora, pero ante una situación así lo perfecto es enemigo de lo bueno. Fuimos el primer país de la región en optar por la cuarentena total, camino que hoy sigue la mayoría de naciones afectadas. En lo económico las medidas han sido rápidas y creativas, y son solo el inicio de un paquete de estímulo que se proyecta ambicioso. A ello hay que sumar la comunicación asertiva del presidente y sus ministros, indispensable en medio de la incertidumbre.

Otra es la historia con el Legislativo que estrena inquilinos. En plena crisis hemos sido testigos de un comportamiento por debajo de la altura que los días exigen. El viernes la bancada de UPP eligió a Édgar Alarcón para presidir la Comisión de fiscalización. ¿En qué cabeza cabe que alguien con seis procesos penales y buen amigo del impresentable fiscal Chávarry presida la comisión que vigila el actuar del Estado? A ello se suma el Pleno del pasado jueves, que bien podría haber sido virtual, pero el reglamentarismo primó sobre el sentido común y terminamos con un encuentro de 70 congresistas justo cuando se nos implora permanecer en casa.

Tuvimos también la renuncia de Arlette Contreras al Frente Amplio. Sabido es que la filiación partidaria de los legisladores suele ser efímera, pero renunciar el día del primer pleno es ya una majadería y una total falta de compromiso con los votantes.

La cereza la puso el congresista Orestes Sánchez, quien presentó un proyecto para instaurar el día nacional de la oración. ¿Cuándo entenderemos que el nuestro es un Estado laico? Que cada quien ore cuando le resulte oportuno. Y que no olviden los congresistas que el legado más significativo que podrían dejar para el bicentenario es una renovada legitimidad del legislativo. Oraré para que la cuarentena los haga reflexionar.