“Podríamos decir que Lima o el Perú son como dos ciudades, una es moderna, ordenada, respetuosa de las normas (generalmente) y de las autoridades; y la otra se muestra caótica”.
“Podríamos decir que Lima o el Perú son como dos ciudades, una es moderna, ordenada, respetuosa de las normas (generalmente) y de las autoridades; y la otra se muestra caótica”.

Me robo el título de este artículo del extraordinario libro de Charles Dickens de 1859 que empieza así: “Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno…”.

Se refería al siglo XVIII, durante la época de la Revolución Francesa. Sin embargo, esta frase está siempre vigente, indistintamente de la época o en donde vivamos. Más aún ahora.

Parafraseando el título de la novela de Dickens, podríamos decir que Lima o el Perú son como dos ciudades, una es moderna, ordenada, respetuosa de las normas (generalmente) y de las autoridades; y la otra se muestra caótica, desordenada, informal, irrespetuosa, criolla y acostumbrada a hacer lo que le viene en gana.

En ese contexto, el Gobierno fue por el camino de la cuarentena drástica. Nos dijo que era para aplanar la curva y así ganar tiempo para preparar al sector Salud. No voy a juzgar los resultados. Lo dejo al lector.

Lo que sí nos queda claro es que aplanó la economía de todos, tanto en la ciudad ordenada como en la desordenada, y que es necesario pensar en un plan B porque es evidente que esto no da para más, en ninguna de las dos ciudades. En la ordenada, donde se respeta la cuarentena, y en la otra, donde por necesidad o desconocimiento mucha gente se encuentra en las calles o incluso migrando en desorden, amplificando el contagio.

Difícilmente podremos continuar así después del 10 de mayo. El costo económico y social es enorme y lo peor de todo es que en vez de permitir que trabajen en forma ordenada los formales que aportan mayor valor agregado a la economía, lo hacen los informales, con baja productividad y sin respetar ningún protocolo de seguridad.

Creo que llegó la hora de que el Gobierno se abra y escuche más a otros interlocutores, que además de tener mucho conocimiento podrían apoyar trayendo más ideas y una mejor capacidad de gestión a la mesa. La unión hace la fuerza.