Hoy, 13 de abril, estaríamos regresando a la vida “normal”, si cabe aún esa palabra para los días en libertad y si la libertad vuelve a ser la misma que alguna vez pensamos. La primera ampliación del encierro fue comprensible dentro de todo, y seguramente lo serán las que vengan, básicamente por lo inevitable: nuestra precaria sanidad. Lo cierto es que ya nos estamos habituando y, cuando todo esto pase, nos costará incluso dejar nuestros refugios. Mientras tanto, quienes tenemos la suerte, obligación o tarea de salir de casa, vamos notando algo. A diferencia de los primeros días, las personas en primera línea de batalla, por lo menos las que están en la calle, comienzan a desanimarse. El policía que en su control de seguridad improvisado, la primera semana del estado de emergencia se acercaba amable y lleno de energía a pedir el permiso de circulación, ahora, en ocasiones, ni detiene los carros y cuando lo hace prácticamente ni lee los documentos por la distancia que toma de las personas. Algunos confiesan que tienen miedo. Se les siente en la voz. Aseguran que no les entregan la protección necesaria. Ni mascarillas diarias, ni guantes. Pero como el escándalo no se perdona, el agente que pedía protección desde la dependencia de Breña ya fue suspendido, aunque otros lo han secundado porque son héroes, no mártires.

Héroes, no mártires. (Valerie Vasquez de Velasco)
Héroes, no mártires. (Valerie Vasquez de Velasco)

Pidieron también pruebas rápidas y tardaron una eternidad en hacerlas. El resultado: 217 policías infectados y nueve fallecidos.

En la vereda contraria, a los congresistas que desacataron la medida del gobierno e hicieron un pleno con más de 130 personas en un solo ambiente –y obviamente se infectaron– se les practicaron de inmediato las pruebas cuando debieron mandarlos a sus casas en cuarentena obligada.

Quedan, por lo menos, dos semanas de inmovilización y distanciamiento, posiblemente el tiempo más duro, y se necesitan ánimos. No basta con nuestro aplauso cada noche.