Hay tanques en la frontera
Hay tanques en la frontera

A mediados de 2018, en Estados Unidos se acercaban las elecciones congresales de mitad de periodo. Ante un descenso marcado de popularidad, el entonces presidente Trump –conocido por su xenofobia– ejecutó una operación mediática, tan demagógica como peligrosa. Ordenó la movilización de miles de soldados a la frontera con México, alegando el supuesto peligro que corría el país ante la llegada de una caravana de migrantes centroamericanos. Esa caravana, por supuesto, no era un ataque ni una amenaza. Eran simplemente miles de familias en situación de gran precariedad, caminando por semanas en busca de un futuro, huyendo de la violencia en sus lugares de origen.

Si esto suena conocido, es porque sorprendentemente en el Perú acaba de suceder lo mismo. En medio de un clima electoral marcado por el descontento social con la política en general, esta semana el gobierno ordenó el reforzamiento de la frontera con el Ecuador, para detener la llamada “coladera” de migrantes venezolanos.

Vimos un despliegue de tanques, soldados y ministros. Listos para una batalla imaginaria ante un enemigo que no es tal. Esta realidad se vio resumida en el video en el que un soldado lanza disparos al aire para detener el paso de un grupo de personas que no llevaban más que a sus hijos en brazos y desesperación en la mirada.

El Ejecutivo no ha sido el único en ceder ante esta peligrosa tentación del aplauso fácil. Diversos candidatos presidenciales, ante la falta de propuestas concretas para mejorar la vida de los peruanos, vienen fomentando este miedo como eje de campaña. Intentan explotar la estigmatización y el rechazo a los inmigrantes venezolanos para subir su intención de voto. Esto es inaceptable.

Millones de venezolanos salen de un país económicamente devastado por una dictadura violadora de derechos humanos. Si hay una nación que debería ser empática con quienes huyen de la crisis y la violencia, debería ser el Perú, con más de 3 millones de compatriotas fuera. Nuestro país ha sido una gran fuente de emigración hacia todos los rincones del mundo. Sin embargo, la sociedad peruana rechaza cada vez más a los inmigrantes y el Estado les cierra las puertas.

Esta xenofobia, además de lamentable, está basada en mitos. Si bien muchos responsabilizan a los venezolanos de la gran mayoría de los crímenes que se cometen hoy en el Perú, las estadísticas no muestran eso. El porcentaje de venezolanos que delinquen es mínimo en comparación con el total de los que viven en nuestro país y en comparación con el total de delitos cometidos por peruanos. Así la percepción en los medios sea otra.

Pero, además, como explica la investigadora especialista en temas de migración, Feline Freier, la militarización de las fronteras no solo es un camino populista y poco humano frente a una crisis humanitaria de inmensas proporciones, sino, además, es una política destinada al fracaso. Los inmigrantes que atraviesan fronteras huyendo de situaciones de peligro lo hacen de una u otra forma. “La gente no dejará de migrar porque se militaricen las fronteras. Esto solo es un acto político que vuelve aún más vulnerables a los migrantes venezolanos quienes con esta medida quedan a merced de bandas de tráficos de personas”, explicó esta semana.

Hay quienes argumentan que estos inmigrantes simplemente deberían ingresar de manera legal y asunto solucionado, pero es necesario recordar que en la práctica esto se ha vuelto casi imposible para los venezolanos. El Perú ha dejado de emitir permisos temporales de permanencia, tampoco les permite la entrada a través de un estatus de refugiados –como obligan nuestros compromisos internacionales– y ha suspendido para los ciudadanos venezolanos los convenios de residencia que aplican para el resto de sudamericanos. Su única forma de ingresar regularmente es solicitando una visa en los consulados peruanos allá, para lo cual se piden documentos que son prácticamente imposibles de conseguir en la Venezuela de hoy.

Duele que para tantos políticos y autoridades, de todas las tendencias, la búsqueda irresponsable del aplauso fácil sea más importante que el respeto a la ley, a nuestros compromisos internacionales, y a criterios básicos de humanidad. Debemos ser mejores que esto.

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