Las mejores postales del triunfo de Perú ante Australia. (Getty)
Las mejores postales del triunfo de Perú ante Australia. (Getty)

El fenómeno encendido alrededor de la selección de fútbol es algo que no se debe menospreciar. No entiendo a quienes se esfuerzan en encontrarle el sinsentido (o la estafa) a este furor popular. Intentar desinflar la fantasía de un país unido es necio. Esta es una gran oportunidad que no deberíamos dejar pasar. Nos toca mirar el vaso medio lleno si queremos terminar con la corrupción y todas nuestras pobrezas.

Pero ser positivo en el país de la mala onda tampoco nos debe llevar a desconocer que la participación del equipo en el Mundial no ha sido la deseable. No lo digo yo: el objetivo del comando técnico era pasar a octavos y no se logró, lamentablemente. Por eso, el gran Oblitas, director deportivo de la Federación, nos ha recordado que solo debemos celebrar las victorias. Gracias, Juan Carlos. Eso no quita, ciertamente, que se reconozca el creciente buen desempeño de una selección que hace dos años la dábamos por desahuciada, para no hablar de la inacabable postración de nuestro fútbol en el panorama mundial.

En estos meses, la selección ha destapado un sentimiento que teníamos guardado o muy reprimido. Hablo de las ganas de compartir una esperanza nacional, de la evidente demanda por contar con liderazgos que pongan la meta colectiva por encima del beneficio personal, de la urgente necesidad de lograr metas que traigan beneficios a todos y no solo a unos cuantos ni a los más pendejos. Si el fútbol es un catalizador de lo mejor y peor de cada país, en nuestro caso, por fin, se han abierto varias puertas que deberíamos cruzar ya mismo.

Y esa gran tarea no es del comando técnico ni de los futbolistas, sino nuestra, es decir, del padre y madre de familia, del profesor y el líder de opinión, del dirigente social y la autoridad política. Para sacar al país de este facilismo que solo mira al PBI, necesitamos jugar como equipo, desoyendo a nuestros típicos polarizadores. Necesitamos reconocer nuestras limitaciones y, a partir de ellas, alcanzar metas ambiciosas. Necesitamos liquidar a esta podrida clase política, y jaquear a la empresarial, para emular lo hecho por nuestro seleccionado: formar un equipo que no cuenta con estrellas pero que funciona bien como equipo y es capaz de revertir el pesimismo, provocando un rebalse de expectativas que nos lleve al mundial de la libertad, la justicia y la solidaridad.