Desde que Pedro, el apóstol de Jesús, estableció la Iglesia en Roma, por muchos siglos, salvo pocas excepciones, sus sucesores fueron nombrados por el mismo Papa en funciones y, luego, por el clero cristiano de Roma. En 499 se realizó el primer sínodo (asamblea) de obispos en la Basílica de San Pedro, y la elección del Sumo Pontífice, al existir ya un imperio cristiano –el Bizantino–, se complicó por las complejidades entre los intereses de la Iglesia y emperadores y, siglos después, reyes y miembros de la nobleza europea.