UNO
Con el ímpetu propio del pulso epidérmico del acné y del revoloteo hormonal adolescente, una sexagenaria medallista olímpica y recientemente ilustre invitada de la delegación peruana en los juegos de París desenvaina la llave de su auto para deslizarlo sobre la carrocería del vehículo contiguo al suyo.
Sabe de quién es el auto. Del hijo de su mejor amiga, una respetada cantante criolla. No sabe que hay una cámara a punto de registrar su esgrima minúscula.
Mientras en Lima se difunde ese video emocionalmente coherente con una personalidad afín al carajeo, en París la delegación peruana recibe la visita precisamente de la querida cantante criolla. Se genera la posibilidad de una conversación privada que hipotéticamente podría empezar así:
¿Por qué hiciste esa huevada?
A esta situación se le suma la presencia, en calidad de jefa de la misión olímpica, de otra exvoleibolista y además excongresista, de cuando se pensaba que el vóley peruano salvaría a la política peruana. Opacando injustamente su legado legislativo, que debe existir así uno no esté debidamente familiarizado con él, el apellido de la excongresista se hizo conocido de agridulce manera en el año 2018. Sucedió cuando, en una entrevista radial, reveló que el sueldo que percibía como legisladora nacional –15,000 soles– no le alcanzaba para costear el estilo de vida al que estaba acostumbrada. Las buenas costumbres hay que defenderlas. Nacía un peruanismo para aludir a la estrechez financiera propia: estoy Chihuán.
En uno de los tuits que la jefa de misión hiciera desde París, labor comunicacional medular de su gestión olímpica, esta escribió lo siguiente dirigiéndose a la audiencia nacional:
-Aquí seguiré dando el máximo para ustedes.
Quedó a expensas del infinito interpretar exactamente qué estaba dando y bajo qué criterio dicha entrega se incluía dentro de la categoría de lo supremo.
No era una omisión menor para sus compatriotas. Especialmente teniendo en cuenta que la gran mayoría de ellos se encontraba imposibilitado de ir a París a darlo todo por la infortunada circunstancia de estar Chihuán debido a esa huevada de la economía.
DOS
Es costumbre general y signo de astucia criolla, que en nuestro país es confundida como inteligencia, violar las reglas cada vez que se pueda. Una de sus formas más infames es estacionar el auto en espacio reservado para discapacitados.
Las cámaras de Panorama hacen un reportaje registrando criollos perfectamente hábiles y móviles por gracia de Dios que descaradamente utilizan los espacios azules como si fueran tullidos.
Esa simple pero necesaria difusión del peor comportamiento ajeno tiene potencial: videos de gente que maneja por la vía de emergencia, de aquellos que orinan en los lavatorios, etc., configurando un programa nocturno al estilo de ese señor que vendía fotocopiadoras a las 3 de la mañana y lograba convencer a los insomnes de que lo que necesitaban en su vida era hacer copias a colores al amanecer.
La escena final, una señorona que inicialmente veía a los periodistas como insectos y luego acaba corriendo desesperada cuando la grúa se lleva su vehículo, debería ser parte del currículo escolar: no hagan esas huevadas.
TRES
La carrera futbolística de Christian Cueva empezó su declive el mismo día que el balón pateado por él en el Mundial de Rusia se elevaba hacia el cielo siberiano.
Desde entonces, bajo el infantil apelativo de Cuevita, el futbolista aprovechó la inercia etílica como una manera de rendirse. Se le reconoce consistencia en la tarea.
Ya en el subsuelo de su trayectoria y ante recientes exhibiciones de nocturnidad y juerga, un equipo profesional anuncia la contratación de Cuevita, o su fantasma, como parte de su plantilla. Sensatamente, reculan. Sucede al mismo tiempo que algunos consideran importante ningunear la medalla de bronce de Stefano Peschiera por considerar la vela un deporte de privilegiados y de blancos, insinuando inclusive que de fujimoristas.
Se abre un dilema nacional, el consabido ‘qué es peor’: ¿desperdiciar el talento con entusiasmo o permitir que el resentimiento te vuelva idiota? Al final, las dos son un par de tremendas huevadas.
CUATRO
Si Martin Luther King tenía un sueño, Vladimiro Montesinos tenía una pesadilla: convertir al Perú en una legión descerebrada de lectores de prensa chicha y de televidentes de programas donde se lamía una axila por dinero.
Esa masa acrítica y de baja exigencia, piadosamente llamada opinión pública, sería el barro con el cual justificaría su poder tras el trono: te los mantengo tontos, te los mantengo útiles. Su pensamiento crítico; sus votos, señor presidente; estarán a la medida de estos estándares axilares.
Montesinos supuestamente fracasó y por eso está preso. Pero, cuando el humor sustentado en el menor denominador común —hacer de la discapacidad mental burla, de la ofensa ingenio y de la vulgaridad atajo— triunfa como manifestación nacional y suena un aplauso propio de focas, alguien puede estar sonriendo en una celda de la Base Naval.
Esa huevada de idiotizar a la gente burlándote de ella la inventé yo, debe estar diciéndose mientras se acomoda ese jalón de cabello que tuvo por peinado.
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