En un mundo que cuestiona cada vez más el quehacer empresarial, que habla de replantear el modelo capitalista por uno más “consciente”, solidario y comprometido socialmente, la empresa privada continúa siendo de una manera indiscutible el gran motor de la economía, el gran generador de empleo formal, el gran propulsor de la tecnología y del bienestar universal.

En los países ricos, fue la mismísima empresa privada la que lideró el proceso de desarrollo social.

En el Perú, la carencia de una estructura empresarial sólida, formal y consolidada explica en buena parte nuestro actual estado de postración económica y social.

¡Más me necesitas, más te pego!

Vemos cómo cada vez con más rabia el quehacer empresarial es objeto de críticas arteras, y en nuestro país es, además, la víctima de la legislación populista más absurda.

Las normas laborales, recientemente aprobadas por el actual gobierno, pretenden responsabilizar a las empresas, sin importar el tamaño que tengan o su situación, hasta del estado de salud mental de sus trabajadores.

Como si viviéramos en una pujante economía del bienestar y, como si el consumidor pudiera pagar los sobrecostos, los burócratas pretenden que el empresario formal sea no solamente un proveedor de trabajo digno, seguro y bien remunerado, sino que además, “bajo apercibimiento”, buscan que asuma la función estatal de dador de salud, seguridad ciudadana y prevención social.

La sostenibilidad de la empresa pequeña y mediana formal del Perú, no depende tanto de sus méritos, de su ética, del esfuerzo de sus colaboradores y su eficiencia, sino del nivel de ignorancia, la carga ideológica y la torpeza de los burócratas que legislan desde la cabeza del Poder Ejecutivo.

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