(GEC)
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En un año, si la segunda vuelta cae en fecha similar a 2016, ya habremos elegido gobierno y Congreso para el bicentenario. Hoy nos faltan partidos políticos estructurados que canalicen las demandas de un país complejo y diverso, porque las reglas electorales no ayudan a que ello ocurra, pero también porque la cultura política es caudillista y escapista. En vez de involucrarnos para entender a fondo problemas concretos y resolverlos, soñamos con que debería surgir alguien que arregle todo. Elegimos cada cinco años al menos malo, nos desentendemos y ni siquiera terminamos de reconocer que hablamos del Estado como si pudiera ser un atleta ágil, cuando el Estado con que convivimos tiene personalidades múltiples y un cuerpo que solo le obedece a veces.

Conseguir que el Estado peruano coincida en una sola dirección (cuatro niveles de gobiernos independientes con micropolítica regional diversa y pases continuos entre agrupaciones de una elección a otra) y actúe en consecuencia de manera coherente y rápida (funcionarios temerosos de juicios y acostumbrados a ver pasar ministros), es un trabajo que no tiene respiro. Un papá entrañable de siete hijos, cada uno más inteligente y discutidor que el otro, acuñó una frase de precisión láser: en esta casa hay demasiado cacique para tan poco indio.

Ese es el Estado que tenemos y necesitamos reformar. Nadie va a poder hacer mucho hasta que no cambie. Lo bueno es que la tecnología puede ayudar y que el COVID-19 nos ha puesto un rocoto donde se debe para digitalizarlo. Lo malo es que nunca nos damos el tiempo de entender qué se necesita para reformarlo y poder presionar sostenidamente para que ocurra. Inevitablemente estas reformas pisan callos. No bastan los consensos genéricos.

En el Perú resulta casi imposible anticipar qué puede pasar en las elecciones sino hasta muy poco antes. Estamos tan hartos de la política que la gente decide en la cola. Sería iluso creer que esta vez no va a ser así. Aun si hubiera una reforma electoral integral, no surte efectos inmediatos.

El contexto electoral va a ser feo: un millón o más de empleos formales menos; diez años de retroceso en desigualdad y pobreza; demandas por mejor calidad de salud, educación y ayuda social del Estado; gran necesidad de generar empleo y preocupación por inseguridad ciudadana.

Desde su propia orilla, los candidatos construirán una narrativa para jalar votos. Según lo que crean que puede generar empatía con los votantes asignarán roles. Habrá víctimas, héroes, culpables, cómplices y personajes que no estuvieron a la altura. Las narrativas reconstruyen lo que pasó y su interpretación, sobre la base de prejuicios vigentes. Qué rol le van a asignar a la empresa privada depende de lo que haga y comunique este año.

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