notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Durante varios años, Baldomero Pestana se dedicó a configurar un álbum de retratos de nuestros escritores, artistas e intelectuales (desde Martín Adán y Basadre hasta Haya de la Torre y Porras Barrenechea, pasando por Arguedas, Alegría, Grau, Salazar Bondy, Szyszlo, Eielson, Ribeyro y Vargas Llosa, entre otros). Se trata de un documento visual invalorable, no solo por los nombres convocados sino por las dotes artísticas del fotógrafo, quien consigue penetrar la máscara de las apariencias y revelar el carácter de sus personajes. El Museo de Arte Contemporáneo ha recuperado este singular acervo en una exposición cuidada por Fietta Jarque, a la que también se debe la edición del hermoso libro Retratos peruanos (Fundación BBVA Banco Continental, Lima, 2015), que reproduce las imágenes e incluye un texto de Mario Vargas Llosa.

La historia del fotógrafo está signada por la aventura. Nacido en un pueblo de Galicia, en 1918, hijo de madre soltera, a los cuatro años emigró con su familia a Argentina. En Buenos Aires, se vio obligado a abandonar la escuela para aprender un oficio y un tío le enseñó los rudimentos de la sastrería. A los diecisiete, ya se ganaba la vida cortando y cosiendo trajes. Sin embargo, Pestana no estaba conforme con su destino. La labor de sastre era muy esclava y él tenía otras inquietudes. Se matriculó en una escuela de fotografía, lo que le abrió otro mundo, pero no lograría vivir de la cámara hasta mucho después. Ávido por viajar, trabajó como camarero en un buque mercante y visitó Europa. Más tarde, empezó a fotografiar bodas y, en 1957, descontento en un país empobrecido por Perón, decidió probar suerte en Lima. Aquí montó un estudio y asumió encargos publicitarios y periodísticos. Las cosas le fueron bien y se nacionalizó peruano. No obstante, en 1967, su espíritu aventurero lo llevó a instalarse en París.

Baldomero Pestana había iniciado su colección de retratos a comienzos de 1950, cuando se coló en el camerino del trompetista Dizzy Gillespie, quien daba un concierto en Buenos Aires. A partir de ese momento, Pestana se empeñó en realizar una serie de retratos, como una afición personal y sin el propósito de comercializarlos. Al llegar a Lima, entabló amistad con el librero y editor Juan Mejía Baca, quien le presentó a escritores y artistas, a los cuales no tardó en retratar. Pestana les regalaba copias de las fotografías y solo les pedía que le autografiaran un ejemplar. Ante todo, era su admirador.

Después de residir más de cuatro décadas en París, el fotógrafo gallego quiso pasar sus últimos días en las tierras de su infancia. Allí murió, a los 97 años, en la primera semana de julio, en vísperas de su exposición.