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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Le tememos al silencio, en particular en estas fechas. Muchas personas que viven solas suelen dejar la radio o la televisión prendidas para no sentirse abandonadas. Muchos de nosotros no nos permitimos pasar cinco minutos en el auto sin escuchar música o algún programa de noticias que nos mantenga distraídos.

Creo que le tememos al silencio porque el vacío nos confronta con nuestras propias cavilaciones. Nos deja desnudos frente a nuestros pensamientos, nos enfrenta a nuestras fobias y nuestras pasiones. Estar en silencio es saber estar con uno mismo, y ese tal vez sea el mayor reto con que nos encontramos en esta era de la hiperconexión.

Pero una cosa es no poder estar en silencio y otra atiborrarnos de bulla hasta quedar atontados. Hasta perder la posibilidad de escuchar al prójimo. Comemos en locales donde la música no nos permite conversar con quienes tenemos al frente, llevamos a nuestros hijos a ver películas que dan dolor de oídos, paseamos por calles llenas de jaladores que anuncian lo suyo a gritos, tocamos bocinas, sonamos nuestras alarmas, y hemos convertido la "noche de paz" de la Navidad en un combo de villancicos insoportables y cohetones que nos remiten a los peores momentos terroristas de los años ochenta.

La contaminación sonora se ha instalado tanto entre nosotros y estamos tan resignados a ella que solo somos capaces de combatirla utilizando unos enormes audífonos que nos protegen, con nuestra propia bulla, de la bulla ajena. Y así no se puede vivir.

Tanto como proteger nuestra Amazonía o limpiar nuestros ríos, debemos proponer limpiarnos del ruido. Debemos exigirle a nuestro vecino que no nos invada con su música. Debemos tratar de soportarnos los unos a los otros sin escudarnos en altísimos decibeles.

Debemos tolerarnos en mute para relacionarnos en paz. Así que les propongo una cosa: ¿qué tal varios y prolongados minutos de silencio este 2016?