Donald Trump, presidente de EE.UU. y Xi Jinping, mandatario chino (AFP).
Donald Trump, presidente de EE.UU. y Xi Jinping, mandatario chino (AFP).

El 6 de julio entró en vigencia el arancel de 25% colocado por EE.UU. a más de 600 productos de China, por un total de US$34 mil millones. China respondió aplicando aranceles similares a 500 bienes producidos en los EE.UU. por un valor similar. El martes de la semana pasada, EE.UU. anunció aranceles de 10% a otros 6,000 productos chinos por un valor de US$200 mil millones. La guerra comercial estalló, pues a cada decisión de uno, responde el otro y así sucesivamente.

El objetivo de Trump es proteger su industria, pero elevar los aranceles al aluminio y al acero solo logra que todas las empresas estadounidenses que los requieran como insumos enfrenten un costo más alto, pues importarán 25% más caro. Lógicamente subirán el precio del producto final, con lo que quienes pagarán el mayor arancel serán los consumidores. ¿Adónde lleva esto? ¿A que EE.UU. se separe del mundo y produzca todo lo que necesite? Nadie es bueno haciendo todo. Por eso se comercia.

Todos pierden con las guerras comerciales. La historia muestra que el menor comercio internacional debido al proteccionismo reduce el crecimiento económico. Ambos países representan más del 35% de la producción global y son los motores de la economía mundial.

Si crecen menos, entonces le comprarán menos al mundo y el problema se generaliza. EE.UU. es el principal mercado de las exportaciones chinas. Si China crece menos porque le compran menos, demandará menos materias primas y Perú, que abastece de metales al gigante asiático, sufrirá. Prueba de ello es la reducción del precio del cobre de los últimos días. Por otro lado, las exportaciones a EE.UU. son las no tradicionales, como agroindustria, textiles y joyería. El menor crecimiento también impactará en ellos.

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