Restos de Alan García son llevados al cementerio de Huachipa para su último adiós (Anthony Niño de Guzmán/GEC)
Restos de Alan García son llevados al cementerio de Huachipa para su último adiós (Anthony Niño de Guzmán/GEC)

La vehemencia de quienes están intentando usar políticamente el trágico final de Alan García ha convertido el debate público en un vertedero de odio, rabia y frustración. Ha surgido un tremendismo irresponsable que ha llevado a algunos a acusar al Gobierno de asesino. Otros denuncian que hemos sido capturados por una forma de fascismo y que en nuestro sistema de justicia opera una Gestapo encubierta. ¿Es posible mayor alucinación? Solo quienes ignoran lo que fue el fascismo o el rol que tuvo la policía secreta nazi pueden hacer esa comparación.

Lo que demuestra esta embestida, en realidad, es que el poder político tradicional ha perdido el control que acostumbró tener. La reacción no parece tratarse del ex presidente, a quien dejaron solo tiempo atrás –como él mismo lo dio a entender en su última entrevista–, sino de la propia sobrevivencia. Hace un par de años, esas mismas personas celebraban groseramente el abuso de la prisión preventiva contra su rival político, pero la situación cambió cuando la Fiscalía les tocó la puerta. ¿Antes era justicia, hoy es persecución?

Varios hemos advertido desde el inicio los excesos y la desproporcionalidad de las prisiones preventivas, con Humala hasta con PPK, pasando por KF y su grupo cercano. Algunas de esas resoluciones no han tenido rigor. Pero que haya existido excesos no quiere decir que las investigaciones estén viciadas o no deban continuar, sobre todo porque el Perú es bastante más que ellos y sus casos.

Esa generación política que hoy busca la guerra o la amnistía, más allá del desenlace que traiga Barata esta semana, debería firmar su retiro silencioso de la política nacional. No estuvieron antes a la altura y no lo están ahora. Ellos son parte de la tragedia que vive el Perú.

TAGS RELACIONADOS