¡Qué guapa estás! (GEC)
¡Qué guapa estás! (GEC)

La sala 36 del museo El Prado de Madrid anda repleta de adolescentes tempranos. Hacen que miran a la Maja vestida cuando, en realidad, están embobados con la Maja desnuda, ambas de Goya. No es para menos, la pintura ensalza la belleza femenina: el cuerpo en el Nacimiento de Venus de Botticelli; el rostro en La joven de la perla de Veermer; la complicidad en Las señoritas de Avignon de Picasso; el alma en La Inmaculada de Stout de Murillo; o la paz en cualquier Tahitiana de Gauguin. Pero ninguna tiene tanta belleza como La Libertad guiando al pueblo de Delacroix. Es una mujer joven, de caderas y muslos relucientes insinuados tras el vestido y, al aire, unos senos turgentes. Pero no seduce miradas. En cambio, lleva la bandera francesa en una mano y un fusil en la otra. Marcha primera, poniendo el pecho al fuego enemigo. Con la mirada ligeramente hacia atrás anima al pueblo unido, burguesía y trabajadores, a rebelarse contra la dictadura de Carlos X, que había cerrado el Congreso y amenazaba libertades. Liderazgo a partir del coraje. Es la belleza profunda de la mujer.

Me ha llamado la atención que todo lo ideal de nuestra vida social sea femenino: la nación, la democracia, la república, en resumen, la patria. Que todas las virtudes sean femeninas: la fe, la esperanza, la caridad, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Cuando fuimos independientes, después de San Martín y antes de Bolívar, no había notable para sustituir a Fernando VII en las monedas circulantes. Se recurrió entonces al rostro de dos mujeres cualquiera, una sería la Virtud y otra la Libertad. Nuestra primera moneda en 1822 tuvo cara y sello de mujer. Y, a lo largo de nuestra historia, mucho hemos conseguido con sangre, sudor y lágrimas de heroínas conocidas o anónimas por reconocer.

Quizá pensando en eso se ha aprobado la ley de paridad y alternancia para promover la inclusión de la mujer en la política.

Cuando terminó la votación, Marisa Glave alzó los brazos, mandó besos volados y recorrió de un lado a otro el hemiciclo del congreso para abrazar a Luz Salgado. Al rato se unió Mercedes Aráoz. El abrazo fue inmenso de pura felicidad. Tres mujeres líderes de partidos, que parecían enemigas políticas, supieron superar diferencias para trabajar en logros mayores. Cuando parecía que la política era un desastre, esas mujeres enseñaron cómo buscar consensos. Por eso, estas Fiestas Patrias son más femeninas que nunca. Hay esperanza. Hay motivo para celebrar. Felices fiestas.

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