Daniel Salaverry está reunido en Cieneguilla con Fuerza Popular y la legislatura empezó el 28 de Julio. (Geraldo Caso)
Daniel Salaverry está reunido en Cieneguilla con Fuerza Popular y la legislatura empezó el 28 de Julio. (Geraldo Caso)

Hace cincuenta años, la dictadura de Juan Velasco inició la reforma agraria, la mayor transformación en la posesión de la propiedad agrícola en el Perú contemporáneo. El próximo año se cumplirán treinta aniversarios del “shock”, la aplicación de las reformas de ajuste estructural que impulsara el pragmático Alberto Fujimori. Podemos estar de acuerdo o no con aquellas medidas (muy pocos indiferentes), pero no caben dudas de que fueron verdaderas reformas que, para bien o para mal, cada una en su momento cambió el rumbo del país.

Muy lejos de ser soluciones improvisadas, aquellas reformas –la primera de corte socialista, la segunda de inspiración neoliberal– se sustentaron en los debates globales del momento. Fueron la consecución de ensayos doctrinarios, con un trabajo intelectual y político que les antecedió. Velasco y Fujimori tuvieron la voluntad política de llevar adelante lo que, hasta entonces, fueron meras teorías y especulaciones. (Insisto: podemos discutir sus resultados, pero quiero resaltar la valentía de aquellos gobernantes para hacer historia). Desde entonces no hemos tenido nada semejante (quizás la descentralización de Toledo), aun cuando la contrastación con la mediocre realidad nos urge a fijar un nuevo derrotero.

Frente a cualquiera de los dos hitos mencionados, el marketing del reformismo vizcarrista pareciera una broma de mal gusto. Según Del Solar: “Lo que estamos haciendo con la reforma política es sentar mejores bases para el crecimiento económico”. Tamaña mentira no pasaría fact checking alguno de una prensa fiscalizadora, sino que sería un insulto a la inteligencia de cualquier academia comprometida con la rigurosidad. Todo un fake news convertido en política pública de un gobierno que se aprovecha de un pueblo ignorante (solo el 30% conoce algo de la reforma política, según encuestas) o desprevenido, cuyos reflejos autoritarios se emplean para la popularidad presidencial.

Hemos perdido la ambición. Nuestro horizonte de país se reduce a la eventualidad de un proyecto minero. La chamba del MEF se distrae en recalcular los pronósticos del PBI, con tendencia a la baja. En la Comisión de Constitución del Congreso, el debate se enfrasca en porcentajes, vallas y cuotas. Somos una sociedad que se ha puesto a procrastinar, mientras las reformas sectoriales pendientes (previsional, laboral, descentralista, etc.) se apilan sobre la mesa. Hay países que caen al abismo por crisis económicas o conflictos armados; el nuestro, lo hará por conformismo.

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