El fuego destruye un bosque en marzo de 1998 en Apiau, Roraima. Especialista del Instituto de Investigación de la Amazonia, dijo que se necesitarán 100 años para recuperar la flora que se perdió en el incendio. (Foto: AFP)
El fuego destruye un bosque en marzo de 1998 en Apiau, Roraima. Especialista del Instituto de Investigación de la Amazonia, dijo que se necesitarán 100 años para recuperar la flora que se perdió en el incendio. (Foto: AFP)

Por: Jorge Nieto Montesinos

Nunca pensé que una de las reflexiones de mi anterior artículo fuera puesta de modo dramático en el centro de la mirada mundial. Haciendo un recuento de nuestros problemas, decía: “En la Amazonía, la única responsabilidad global que tenemos, a duras penas podemos esconder el daño ambiental causado…”. Los incendios en el Brasil, con escenas dantescas, nos lo recuerdan brutalmente.

La sabanización de la Amazonía, en síntesis, reemplazar el bosque por el desierto, tendría consecuencias catastróficas para la vida en el planeta. La idea amenaza con volverse realidad. La cuenca amazónica ya lleva perdida el 20% de su superficie. En su formulación inicial se situaba el punto de no retorno en la destrucción del 40% de la misma. Simplificando: vamos a la mitad del camino hacia el desastre. Ahora sostienen que bastaría con un 25% de esa destrucción para llegar al infierno. ¿Dónde estamos realmente?
Sin Amazonía no habrá lluvias suficientes ni, por tanto, agricultura, en muchas zonas de América, al sur y al norte. Por eso Brasil, con otro gobierno, se comprometió a reforestar 12 millones de hectáreas a 2030. Pero después Brasil eligió llevar los prejuicios al gobierno. Lejos de la información dura de la ciencia, acallándola, se quiso romper con el Acuerdo de París. Se recortó las competencias de las instituciones dedicadas a conservar el ambiente. También sus presupuestos. Se incentivó la ocupación de bosques de reservas y de comunidades indígenas, causa de la mayoría de los incendios. He ahí el resultado. La mayor oleada de fuego de los últimos cinco años. 212% más incendios que en 2018.

El Perú es un país amazónico, aunque nuestro Estado no quiera darse por enterado. 54% de nuestro territorio es amazónico. Y la Amazonía misma no existiría sin los Andes. Más de 2,900 kilómetros de frontera con el Brasil. Es, casi, nuestra única responsabilidad global. Ya llevamos, nosotros, más de 2 millones de hectáreas perdidas. Al margen de los valiosos aun si débiles esfuerzos de Serfor y de otros, ¿dónde está el liderazgo de nuestro gobierno en esta crisis global? ¿Dónde el Congreso? ¿Alguna iniciativa? Nuestro silencio, nuestra inacción o, peor, el auspicio del caos global, debilita nuestra soberanía en la medida que incumple nuestros deberes con el mundo y con las futuras generaciones. A largo plazo, es gravísimo. Por eso requerimos terminar con este pantano de precariedades en el que estamos. Resolver, rápido, la crisis y la incertidumbre, para poder encargarnos de lo importante. Salir de la medianía y mirar lejos. Hacer que nuestra política ingrese al siglo XXI.

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