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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Japón es considerado la tercera economía del mundo. El Producto Bruto Interno (PBI) per cápita de US$30,000 lo ubica en la posición 26 de 183 países. No obstante, cuenta con una deuda pública que representa el 243% del PBI, por lo que, en promedio, cada japonés debe US$77,420. Japón se sitúa en el puesto 17 de 178 en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y en el 29 de 89 en el Doing Business, que mide la facilidad para hacer negocios. De otro lado, se posiciona en el lugar 16 de 174 en el Índice de Percepción de la Corrupción del sector público (baja percepción de corrupción).

Sin embargo, en los últimos seis años ha sufrido cuatro periodos de recesión (crecimiento económico negativo durante dos trimestres consecutivos). Una de las razones principales de este comportamiento radica en la composición de su población, mayoritariamente anciana. Este hecho trae, además, dos consecuencias importantes: una menor fuerza de trabajo disponible y mayores gastos del Estado en pensiones y salud.

En abril del año pasado, el gobierno japonés subió el impuesto al consumo del 5% al 8% para afrontar la deuda pública y obtener ingresos para financiar el sistema de seguridad social, que se está haciendo insostenible debido al envejecimiento de la población. Este incremento impositivo afectó duramente el consumo interno.

Empero, las perspectivas niponas son complejas. Así, se estima que la población económicamente activa (PEA) se reducirá del máximo alcanzado en 1995, 87 millones, a 44 millones de personas en el 2020. Simultáneamente, de siete personas activas por un anciano en 1985, a 1.7 en el 2035. Este hecho preocupa por los impactos negativos que puede tener en la acumulación de capital, en la medida que se reduciría el ahorro y un mercado más pequeño se hace menos atractivo a la inversión extranjera; el costo de la mano obra, al encarecerse los salarios con una PEA menor, le restaría competitividad internacional; y menores innovaciones tecnológicas, en pro de una mayor productividad, debido a que los incentivos para ser competitivos son más escasos.

Sin duda, son años difíciles para la economía japonesa, que en las próximas décadas deberá enfrentar los retos del envejecimiento con herramientas económicas creativas, si desea mantener el nivel de calidad de vida que su población actualmente disfruta.