A una semana de la final de la Champions en Kiev, contábamos la historia de una liga de fútbol improvisada por los nazis en esa ciudad para humillar a los ucranianos. Para eso crearon un equipo de su propio ejército, dos colaboracionistas ucranianos a quienes manipularon para perder, y enfrentaron a uno de ex futbolistas del Dynamo y el Locomotiv de Kiev que habían dejado de jugar a causa de la suspensión de la liga por la II Guerra Mundial.

Luego de perder 5 a 1 el partido contra los profesionales, los nazis exigieron una revancha amenazando de muerte a los ucranianos si no jugaban para perder, pero estos decidieron ofrecer a su público y al país un motivo de orgullo entre tanta tristeza y terror. Y ganaron 5 a 3.

Lo que ocurrió con los futbolistas ucranianos fue corroborado por el periodista inglés Andy Dougan en su libro Dinamo: Defendiendo el honor de Kiev (2001), en el que se evidencia que la mayoría de los jugadores sobrevivieron como prisioneros de guerra en el campo de concentración de Siretz, pero fueron considerados colaboracionistas de los nazis por la URSS al jugar esos partidos y, tras la guerra, se les obligó a mantener silencio para que se creyera que todos habían sido ejecutados (¡tres sí lo fueron!) mientras que deambulaban por Kiev con hambre, frío y sin trabajo.

Dougan entrevistó al único sobreviviente del FC Start que aún vivía luego de la caída de la Unión Soviética, Makar Goncharenko, quien le negó sentirse un héroe y le dijo: “Mis amigos no murieron porque fueran grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala”.

Érase una vez, una nación atrapada entre dos totalitarismos y hoy lo vuelve a estar ante el expansionismo ruso y el nacionalismo extremista ucraniano.

LEE MAÑANA A: ÓSCAR VIDARTE

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