Perú recibirá a Colombia el 10 de octubre por la última fecha de las Eliminatorias Rusia 2018. (REUTERS)
Perú recibirá a Colombia el 10 de octubre por la última fecha de las Eliminatorias Rusia 2018. (REUTERS)

No puedo pensar en nada que no sea el partido del martes. No puedo concentrarme, no puedo hablar de otra cosa. Es que esta, la historia de Perú sin llegar a los mundiales, es la historia de mi generación: esos que nacimos cuando se caía el muro de Berlín y que nos empezamos a hacer adultos cuando apareció el muro de Facebook. Y créanme: hemos sufrido. Para nosotros, Cubillas y la generación del 70 es un recuerdo mágico del que hemos escuchado siempre. A Cueto lo hemos visto solo en YouTube. El fútbol no nos ha dado ni una sola.

El problema empieza con los cuentos que nos contaron: que Bulgaria, que el tiro libre, que Sotil, que nos ganó Pelé. Entonces, comenzó a acercarse el Mundial de Francia y para nosotros era lógico que íbamos a ir. En el colegio hablábamos de contra quién sería bueno que le toque a Perú y de cuánto nos gustaría ir juntos al Parque de los Príncipes. Es que a los 9 años la inocencia estaba casi intacta. Unos tipos habían secuestrado al embajador japonés y nuestros viejos se quejaban de que la economía estaba jodida, pero no entendíamos.

Pero los chilenos nos metieron 4 en Santiago. Todo se había ido al tacho. Compramos álbumes y cambiamos figuritas, pero algo ya se había roto. Y vino después Japón y Alemania. Vino Sudáfrica y vino Brasil. Se murió el abuelo, se le jodió la vida a gente querida, las familias se complicaron. Conocimos el dolor, el sexo, la música. Fuimos cachimbos, nos graduamos, empezamos a chambear, nos casamos. Todo cambió. La ciudad se hizo más grande y caótica y se llenó de bullas nuevas y carteles capitalistas en cada poste.

No se quebró más la democracia, se redujo la pobreza, creció la economía. Aprendimos, claro, a convivir con la pendejada y entendimos que no siempre ganaban los buenos, que la vida es durísima y que golpes llegan sin aviso y nos acorralan. Crecimos, pues. Dejamos de creer que los sueños se hacen realidad y creo que nos morimos un poquito por dentro. Porque no es fútbol esto, es la vida. De pronto llegó este flaco argentino que no habla mucho e hizo eso que por aquí es tan escaso: chambear. Con orden. Con disciplina. Y en silencio.

Quizá si el flaco este nos hace ver que sí se podían cumplir los sueños, nos ponemos a perseguir otros. Ojalá.

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