Nuevos chats muestran cómo se manejaban algunos asuntos al interior de Fuerza Popular. (Foto: GEC)
Nuevos chats muestran cómo se manejaban algunos asuntos al interior de Fuerza Popular. (Foto: GEC)

El fujimorismo liderado por Keiko Fujimori (KF) ha sido el mayor esfuerzo de construcción partidaria del ciclo político 2001-2016. Pero una vez envueltos en los escándalos de Lava Jato, el prestigio y el capital político de la cúpula de Fuerza Popular se redujeron al mínimo y se han hecho evidentes las severas limitaciones del andamiaje organizativo de este proyecto.

Debilitada la dimensión orgánica del fujimorismo (sus líderes encarcelados, sin liderazgos intermedios ante la emergencia, con un accionar reducido al desprestigiado ámbito parlamentario, etc.), cabe preguntarse qué quedó de la identidad política que, desde los años noventa, transita por las mentes y los corazones de un sector de peruanos.

Hace pocas semanas, volví a entrevistar a un broker político cajamarquino que conocí durante la campaña electoral de 2016. En ese entonces, articulaba a un conjunto de mineros “artesanales” (informales, en realidad) de las provincias de San Marcos y Cajabamba, y era uno de los “hombres” del fujimorismo en aquel lugar. Prometía fidelidad de parte de su entorno y, sobre todo, capacidad de movilización electoral. Hoy, tres años después, no se dedica a la minería (sino al transporte) ni mucho menos se reconoce fujimorista. En una sociedad tan informal como la peruana, todo lo orgánico se desvanece en el aire. Ya sea un gremio económico o el embrión de un partido político. La estrategia de construcción partidaria de KF no contempló las arenas informales de nuestra política.

Pero los partidos no están hechos solo de organizaciones sino también de identidades. El fujimorismo identitario, “duro”, leal y firme en sus convicciones, nunca sobrepasó, ni en su mejor momento, el 10% del padrón electoral. El hecho de que llegase a bordear el 40% en la primera vuelta de 2016 obedeció a su capacidad de atraer votantes independientes. Tan alto respaldo fue posible porque se amoldó a diversas posiciones programáticas (recuerden a KF “de Harvard”), con una prédica catch-all. En el escenario post Lava Jato, sin embargo, dicho núcleo duro ha acusado recibo de la polarización y el descreimiento. Se ha reducido a la mitad y su capacidad de influir a independientes ha mermado mucho más.

A diferencia de partidos enraizados en sectores formales y/o asociativos de la sociedad, que pueden sobrevivir a las acusaciones de corrupción “de cuello blanco” sobre sus liderazgos (como el caso del PT y Lula en Brasil), el fujimorismo ha pasado de una plataforma de centro derecha diversa a casi un partido de nicho evangélico: resiste reducido a referencias ideológicas conservadoras.