¡El fujimorismo no morirá, ni seguirá muriendo!
¡El fujimorismo no morirá, ni seguirá muriendo!

Nos mudaron el tradicional circo de Fiestas Patrias a Año Nuevo. Pero es uno diferente. Payasos más grotescos. Lo que da risa no son sus chistes, sino su malévola torpeza. Malabaristas no pueden sostener en el aire teorías descabelladas mientras equilibristas se bambolean sin gracia y se caen sin el menor recato de la cuerda en la que su obesidad les impide sostenerse.
El artista invitado, un tal Chávarry, es usado como tonto útil y termina como tonto inútil.

En la historia, el circo de Año Nuevo quedará registrado como una gran payasada surrealista en la que cuanto más te ríes, más quieres llorar. Será un monumento a la improvisación y la estupidez, donde los Bartra, los Tubino y los Becerril rebotan como muñecos porfiados.

Pero lo relevante es no olvidar lo importante. Lo que se ve es el barniz desgastado de una espeluznante debilidad institucional. Es sobre esa debilidad que estamos pretendiendo construir el bien común.

El problema es más profundo que la ineptitud ocasional de presidentes, congresistas, jueces y fiscales. El problema es que en el Perú la única regla predecible es que no hay reglas predecibles. Como en el circo, cualquier cosa puede ocurrir.

No tenemos partidos. El fujimorismo nunca fue un partido. Ninguno de los conglomerados, agrupaciones y alianzas que han pretendido recoger la “ideología” fujimorista (que es paradójicamente populismo sin ideología) lo ha sido en realidad. Y los demás “partidos” están en las mismas.

En las cédulas de votación de las últimas elecciones, los signos de los partidos eran en realidad las iniciales de personas. Votamos por la K de Keiko, la PPK de PPK, la O de Ollanta o la T de Toledo. La buena noticia, luego de la debacle, es que ninguna de esas iniciales estará en la cédula de votación de 2021. La mala es que es probable que encontremos en esa cédula las iniciales de otros nombres.

Los partidos (los verdaderos y no las caricaturas peruanas) son esenciales para la institucionalidad política. La política sin partidos es como un mercado sin empresas. La economía no sería sostenible si, en lugar de empresas, los proveedores fueran tribus desarticuladas de individuos guiados por un caudillo. Los partidos deben agrupar y coordinar los intereses de sus integrantes y de sus votantes y no del caudillo de turno o de sus hijos. El partido debe orientarse al largo plazo. Como en las empresas, lo que vale son las marcas que recogen el mensaje y no caras donde el mensaje no importa. Y Fujimori no es una buena marca. Tampoco lo es García Pérez, que ha reducido al Apra a porcentajes de votación de un dígito.

Si de lo ocurrido no aprendemos esta lección, estaremos en pocos años combatiendo a un nuevo Chávarry, discutiendo con una congresista como Rosa Bartra y votando por la hija de un ex presidente populista.

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