Es increíble la cantidad de personajes que estamos viendo desfilar como candidatos al próximo Congreso, varios de ellos portadores de promesas imposibles de cumplir o con antecedentes que están en las antípodas del modelo de conducta que debería presentar un postulante a padre de la patria. Hay, por supuesto, muy buenos candidatos también, con propuestas sólidas y trayectorias, hasta donde se les conoce, asaz respetables, pero lo alarmante es la cantidad de badulaques y fantoches, llamémosles así, que han logrado colarse sin que nadie les impidiera entrar en la contienda electoral, como ha venido demostrando nuestra campaña #VotaBien.

Primero, los filtros deberían haberse activado en esas famosas “internas” que prescribe la ley, pero que pocos partidos cumplieron a cabalidad o, por lo menos, con un mínimo rigor, pues deberían ser estas mismas organizaciones las primeras interesadas en llevar gente de calidad al Parlamento. En lugar de ello, priman las argollas, los amarres con las cúpulas y se negocian ubicaciones en la lista, según el aporte económico o el presunto caudal electoral que representarían determinados candidatos, dejando de lado cualquier indagación sobre su trayectoria. Esto, desde luego, muy aparte de los así llamados partidos-cascarón que otorgan puestos en su lista al mejor postor, y cuya sola presencia en la contienda constituye un escándalo.

Pero luego está el Jurado Nacional de Elecciones, que debería contar con un sistema de evaluación de cada postulante que no se base simplemente en pequeñas consideraciones académicas u obviedades a la vista, sino que, asimismo, le permita hacer una investigación minuciosa de la manera en que se definió la nómina de aspirantes en cada agrupación y, por supuesto, una criba al detalle de todas esas listas que se presentan a los comicios del domingo.

Ya es tarde para ello, pero que quede como una lección a estudiar para la próxima lid electoral que nuestra machucada democracia no se puede seguir poniendo al alcance de oportunistas de dudosa catadura moral e intelectual, cuando no mondos y lirondos delincuentes que se hacen pasar por políticos, como sucedió en el último –y disuelto– Congreso.

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