Congresistas de acuerdo con los cambios del sistema, pero no con la desaparición.
Congresistas de acuerdo con los cambios del sistema, pero no con la desaparición.

Los gastos de representación en el Congreso no son un sueldo más. Ni un aguinaldo. Menos un premio. Se supone que son una asignación adicional a lo que cada congresista recibe mensualmente para que viajen y se movilicen por sus regiones durante cinco días laborables con el objetivo de fiscalizar mejor, escuchar a los ciudadanos, en fin, para cumplir mejor su rol de representación. Son S/2,800 adicionales al mes para que no gasten de la suya en esos viajes y días de “representación”.

Ahí es cuando aparecen informes de congresistas con actividades inventadas. También congresistas que viajan al extranjero con dinero público, pero que, en un descarado dupleteo, igual cobran el bono de representación durante esos días. Estos son casos que probablemente serán clasificadas como delitos por la Fiscalía, que ya inició investigación. Pero también están los congresistas que aprovechan esa semana para tomárselo con calma y que, por dar un par de entrevistas o ir a una sola reunión en cinco días, dan por bien justificado el cobro del monto adicional.

Desde que el gasto de representación se creó en 2009, durante el segundo gobierno alanista, solo ha servido para encubrir un sueldo adicional. ¿Por qué un congresista de Lima tendría que cobrar S/2,800 adicionales si solo se queda en la capital? Lo mismo con los congresistas de provincia que no viajaron a su región o que, si viajaron, no hicieron nada. ¿Por qué lo deberían cobrar?

Que el Congreso destine una semana al mes para que legisladores viajen a sus regiones, se concentren en juntarse con sus representados o hagan inspecciones, es necesario. Lo que no encuentra justificación es que esa semana sea una coartada para que algunos legisladores se metan al bolsillo bastante más al mes. Mucho premio para tan poca producción.

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