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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Al alcalde no le gustan los murales. A mí tampoco. Pagarle a un simpatizante del Movadef un solo sol del dinero público constituye una afrenta al país y a los 70 mil muertos de la década del horror. Pero el que a mí o al alcalde no nos guste no nos da derecho a borrarlos sin preguntarle nada a nadie, menos utilizando un argumento que fue desmentido a los pocos días por la propia Unesco. ¿Cómo es que el alcalde se sale con la suya?

No nos interesa lo suficiente. Por eso, el alcalde puede dejar que se venzan los contratos de las alimentadoras de la Carretera Central a Javier Prado, y destruir tres años de negociaciones para la ciudad, o puede extenderle la vida por cuatro años al sistema asesino de afiliación y comisión que beneficia a empresas como Orión o puede pintar toda la ciudad de amarillo y no pasa nada.

Orión es el ejemplo más visible y descarnado de la cultura del lumpen institucionalizado, pero no el único. Sus choferes invaden las veredas e ingresan en algunas calles en sentido contrario y, si alguien se les enfrenta, puede terminar golpeado. Pero también vimos a presidentes de grandes gremios empresariales pasar por encima de quien sea con tal de cumplir su cometido, a balazos si fuera necesario. Lo mismo algunas mamás de colegios exclusivos –como el San Silvestre–, que se estacionan en garajes ajenos, rampas para inválidos y hasta en medio de la pista, sentándose en los derechos de los demás y, si una policía les llama la atención, ni la miran. Lo mismo que el alcalde.

Y no se trata de sentarse en los demás, sino de nuestra incapacidad de ver y entender que, en el otro extremo de todas nuestras acciones y decisiones, hay alguien a quien estas afectan. El mensaje no es "me siento en ti", es "tú no existes".