(Programador de sistemas mató de 53 puñaladas a su pareja y le cortó el cuello en Arequipa en septiembre de 2016 / Perú21)
(Programador de sistemas mató de 53 puñaladas a su pareja y le cortó el cuello en Arequipa en septiembre de 2016 / Perú21)

Ha sido un enorme desperdicio de energía. Personas que coinciden en el rechazo a las formas de violencia contra la mujer están discutiendo exaltadamente por la pertinencia de un hashtag. El problema, el real, el impostergable, consiste en acabar con las diversas manifestaciones de esa violencia generalizada que degrada principalmente a las mujeres y, también, a toda nuestra comunidad. Como toda lacra social, todos estamos involucrados. El asesinato o la violación sexual son los escalones más bajos de una escalera compuesta por el golpe abusivo, la tortura psicológica, la metida de mano, la sobada en el bus, el piropo indeseable y hasta el pequeño gesto que cosifica a las mujeres diariamente. No hay chica o grande que no conozcamos que no haya pasado por alguna vejación como estas. No faltan los hombres que creen que estamos exagerando. Enfrentar este mal requiere de una indestructible unidad y de una gran concentración de energía y persistencia.

La indignación es un motor irrenunciable; sin embargo, al mismo tiempo, es necesario reconocer lo avanzado en estas décadas. Así nos enfocamos mejor en los pendientes. La situación de la mujer hoy, estando en desventaja, es mucho mejor que en el Perú de nuestros padres y abuelos. Hasta hace poco los feminicidios no eran noticia, ni siquiera la noción misma de feminicidio estaba en las conversaciones cotidianas. La comisaría de la mujer y el Ministerio de la Mujer son, entre otras evidencias, indicadores institucionales de este avance. Y en la sociedad los logros también han sido notables.

Cuando en los años ochenta celebrábamos el Día Internacional de la Mujer, se trataba de una acción reducida, impulsada por grupos feministas que aparecían como bichos raros ante el vecindario. Hoy, en cambio, auspiciosas movilizaciones como #NiUnaMenos, así como la atención de los medios de comunicación, dan cuenta de la expansión de una sensibilidad compartida por amplios sectores de la ciudadanía. Hoy la vejación contra una encuestadora censal no es un hecho invisible. Hoy, felizmente, la revuelta pública que este crimen provoca nos está diciendo que, por fin, lo que era una preocupación de algunas activistas, es una tema que nos arrastra a todos, gobernantes y gobernados. Ya no hay retroceso posible.

Este es el piso para presionar por una legislación más inteligente y acciones institucionales más decididas. Aunque el reto mayor pasa por acabar con el machismo y el sexismo que se expresa en las paredes de los baños de los bares, en los grupos de chat masculinos, en los estereotipos que se reproducen en las celebraciones escolares, en la publicidad boba y convencional, en fin, en tantas otras manifestaciones cotidianas –y aparentemente inofensivas– que nos dicen que el monstruo está entre nosotros, latente, siempre listo para asaltar.

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