Hace un par de semanas se publicaron los resultados de una encuesta de Datum que mostró que un porcentaje alto de peruanos no tiene mayor interés en la política del país. Ya sea por apatía, hartazgo o resignación, los peruanos no quieren saber nada de la política. El hecho de que es un verdadero desastre probablemente lo explica. Me imagino que esto cambiará a medida que nos acerquemos a las elecciones, programadas para los primeros meses de 2026, pero como la vida nos da sorpresas, al igual que la canción, estas podrían adelantarse.
No sorprende, por tanto, que más del 80% no esté pensando por quién votar. En mi opinión, es una pregunta muy prematura considerando que no hay postulaciones firmes todavía y se habla de una absurda proliferación de partidos que si no forman alianzas nos van a ofrecer más de 40 candidatos. Un despropósito. Me pregunto qué anima a la mayoría de estos postulantes para pensar no solo en que serían elegidos, sino también que podrían ser buenos gobernantes. Otra encuesta de Ipsos para Perú21 confirmó también que la ciudadanía no está entusiasmada por las agrupaciones ni por los posibles candidatos. Si las elecciones fueran mañana ningún candidato obtendría más del 8% del voto. Preocupante, porque implicaría una gran fragmentación congresal.
Otro aspecto resaltante de la encuesta de Datum es que alrededor de dos tercios de los encuestados mencionaron que no tenían confianza en la transparencia de los organismos electorales. Sin embargo, a los que manejan estas instituciones no les entran balas, interesándoles poco lo que piensa la opinión pública que pide su renovación a gritos. En cuanto a preferencias políticas, el 34% contestó no tener ninguna (un reflejo del desinterés), 27% se identifica con la derecha, 21% con el centro y 13% con la izquierda, y 5% no sabe. El problema es que a la hora de votar pueden terminar confundidos entre la gran cantidad de postulantes y ofertas políticas. Además, sabemos que muchos de estos partidos son simples cascarones sin idearios políticos o verdaderas propuestas de gobierno.
Es evidente que hay que hacer reformas políticas y electorales, pero solo una minoría de congresistas tiene claras las reformas que se requieren, y el resto, aunque sabe que se necesita implementarlas, no las quiere hacer porque no le convienen a sus intereses personales. Sin reformas es evidente que las próximas elecciones serán caóticas, ya que, entre otros defectos, va a limitar las alianzas entre partidos, además de hacer inmanejable la logística en las mesas de votación.
Por tanto, no sorprende la apatía, hartazgo y desilusión de un pueblo golpeado a diario por malas leyes, decisiones fiscales y judiciales contradictorias, la mediocridad del Ejecutivo, el mercantilismo de los congresistas, y las denuncias de corrupción generalizada, que desnudan cada vez más nuestra precaria institucionalidad. Difícil tener esperanzas en este contexto. ¿Habrá un catalizador que rompa esta apatía? ¿Podrá ser un candidato presidencial que nos devuelva las esperanzas? Mientras tanto a seguir presionando por reformas.