En la gran novela sobre el totalitarismo 1984, George Orwell introduce un término muy adecuado para definir el estilo de discurso utilizado por los regímenes de este tipo: ‘neolengua’.
El objetivo del dirigente totalitario es sustituir la vieja lengua por una nueva o invertir el significado original de las palabras para controlar el pensamiento. En la novela existen cuatro ministerios: el de la Paz, que se ocupa de la guerra; el de la Verdad, encargado de propagar mentiras; el del Amor, que administra los castigos y la tortura; y el de la Abundancia, cuya misión es planificar la economía para que la gente viva al borde de la subsistencia. El lema de los funcionarios del Gran Hermano —líder único— es “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza”.
Cuando Orwell anticipó la neolengua del fascismo en 1947, pudo haber citado a estos personajes:
“No tenemos que avergonzarnos de las impúdicas calumnias contra la revolución, ya que tenemos un sistema electoral que no tienen otros países” (Fidel Castro, 1989).
“Esta revolución es pacífica, pero armada” (Hugo Chávez, 2008).
“El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar” (‘Che’ Guevara, 1967).
El neocomunismo, llamado en neolengua ‘socialismo del siglo 21’, ha utilizado la técnica de la inversión del lenguaje para demonizar a sus oponentes. Para el chavismo son ‘fascistas’ María Corina Machado y los millones de venezolanos que votaron por Edmundo González; Zelensky, quien, además, es ‘neonazi’ para la propaganda de Putin o Boric, es pinochetista por condenar el fraude de Maduro.
La Asamblea Nacional chavista-fascista ha votado por una ley contra el fascismo y neofascismo que, justamente define, la visión excluyente y violenta de ellos para endilgársela a sus oponentes.
Lo que ocurre en Cuba y Venezuela de 2024 con el castro-chavismo debería inmunizar a la izquierda latinoamericana de las ideas fracasadas y totalitarias del comunismo, pero lamentablemente, el fascismo — diestro o siniestro— parece una enfermedad incurable.
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