(Geraldo Caso/Perú21)
(Geraldo Caso/Perú21)

A finales de la década de los 60, el movimiento comunista del Perú sufrió una serie sucesiva de escisiones en reflejo del alejamiento entre los dos grandes ejes de ascendencia marxista: Moscú y Beijing. Esta atomización –que luego se haría costumbre– entre las facciones de la izquierda en el país tuvo como consecuencia la polarización de las diferencias y, curiosamente, la agudización de las contradicciones internas de un sistema de ideas que pretendía unidad.

Volviendo al Perú, fueron varias las formas en que la interpretación de la realidad mundial llevó a los comunistas. Así, luego de una seguidilla de marchas y contramarchas, un grupúsculo liderado por un profesor de Filosofía de la Universidad San Cristóbal de Huamanga echó raíces dentro de las paredes de este claustro y –posteriormente– amplió su espectro de influencia a través de la penetración de otras universidades y de la sistemática toma de poder de grupos sindicales.

Por 12 años, este grupo llamado Partido Comunista del Perú se dedicó únicamente a “forjar bases de poder popular” y a preparar una estructura grupal que le permitiera –en las elecciones del 17 de mayo de 1980– quemar las ánforas electorales en la localidad ayacuchana de Chuschi y dar inicio a la lucha armada en contra del Estado peruano, sus leyes, su burocracia y sus instituciones. Y también, por supuesto, en contra de su población civil y sus fuerzas armadas.

Me remito a esos 12 años de espera y preparación porque hay dos cosas que los peruanos no entendemos o, simplemente, no queremos entender: ese grupo, después conocido como Sendero Luminoso, opera bajo dos máximas del leninismo y de su expresión maoísta: de acuerdo con Lenin y con Trotsky –comisario del Ejército Rojo durante la guerra civil posterior a la revolución de 1917–, las autoridades militares debían estar siempre supeditadas a los mandos políticos.

A esta premisa Mao agrega el concepto de “guerra prolongada”: una estrategia bélica en la que el “revolucionario” debe esperar las condiciones idóneas para continuar con su lucha en los diversos frentes. Y esta espera debe darse con la fertilización de las ideas que sostendrán la lucha futura. Muy bien: Sendero Luminoso ya tiene dos brazos políticos (Movadef y Fudepp) y ya penetró sindicatos (ver el informe de Amet Aguirre del jueves en este diario).

En los 80 nos dijeron que eran abigeos; hoy dicen que son narcos. La ignorancia absoluta de la esencia de lo que es Sendero Luminoso es un insulto. Y nuestra indiferencia es un escupitajo a la sangre derramada. ¿Subimos la guardia, o qué?

TAGS RELACIONADOS