(Liz Saldaña/Perú21)
(Liz Saldaña/Perú21)

Mañana se realizará en Lima una nueva edición de la marcha “Con mis hijos no te metas”. Miles de peruanos, de los sectores más conservadores de nuestra sociedad saldrán a las calles para protestar contra su enemigo más importante: el enfoque de género. Como todos los años, volveremos a ver pancartas en “defensa” de “la familia natural” y carteles color celeste y rosa acusando a Martín Vizcarra de querer imponer la “ideología de género”.

La marcha “Con mis hijos no te metas”, sin embargo, no es el único ataque que tendrá que enfrentar estos días el enfoque de género. La semana pasada, de manera bastante inesperada, el fujimorismo presentó un proyecto de ley para erradicar los conceptos de “violencia de género”, “enfoque de género” e “igualdad de género” de la normativa del Estado. El proyecto -que en general está bastante mal escrito y peor argumentado (¿cuándo los congresistas presentarán algo con sentido?)- indica que el enfoque de género es una amenaza contra la familia. No explica cómo, pero afirma que vulnera a la “institución natural que es la familia”.

El temor que está detrás de estas iniciativas es, creo yo, el temor a la proliferación de relaciones sociales distintas a las que acepta la religión mayoritaria. Es el temor a que las mujeres dejen de cumplir su rol “de mujer” y los hombres dejen de hacer “cosas de hombres”. A que la separación binaria y absoluta entre el celeste y rosa se difumine y los niños entiendan que el mundo es más complejo que un simple maniqueísmo. A que reciban una educación basada en el reconocimiento de las diferencias humanas y no en dogmas.

Si entendemos el concepto “ideología” como los conservadores lo usan, es decir, como opuesto a la ciencia o como un obstáculo para ver “la realidad” (dicho sea de paso, muy similar a como lo usaba Marx), el pensamiento celeste y rosa es un ejemplo de libro de texto de lo que es una ideología. “La familia” que ellos defienden no es “la familia natural” ni la única que encontramos en las sociedades humanas, sino el modelo que sus líderes religiosos les enseñaron que era el correcto (mamá y papá casados por siempre, con hijos que cuidar y diferentes roles de género que cumplir). Un modelo socialmente construido que, por los años, ha terminado siendo “natural” a los ojos de muchos. La “familia natural”, en realidad, tiene su origen en el catolicismo y la cultura occidental, pero aceptar ese particularismo es contrario a los intereses de quienes quieren imponer su visión del mundo a los demás.

Lo más irónico de todo es que la familia está cambiando desde hace muchos años y no por la imposición estatal del enfoque de género. El acceso de las mujeres al mercado laboral, por ejemplo, ha permitido que ganen independencia frente a sus maridos y asuman roles no tradicionales. El enfoque de género está nuevamente bajo ataque, pero no por destruir a la familia o por “homosexualizar” a los niños, sino por cuestionar los supuestos ideológicos dominantes. Algo que a curas y pastores no les conviene.

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