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Redacción PERÚ21

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Guido Lombardi,Opina.21Mañana los escoceses decidirán si quieren seguir siendo parte del Reino Unido. Más allá de las simpatías que uno pueda tener por Sean Connery, el más ilustre de los independentistas, la pregunta inevitable es por qué en este mundo cada vez más globalizado resurgen los sentimientos "nacionalistas".

No parece ser, en el caso de Escocia, un tema básicamente económico (aunque allí están las reservas de petróleo) ni estratégico (aunque allí está ubicado el poderío nuclear británico), sino de identidad: la sensación de que ellos pueden diseñar su futuro a su peculiar estilo, que incluye sonoras gaitas e insolentes faldas masculinas.

Visto desde lejos y sin vínculo alguno con la patria de sir Walter Scott y de Adam Smith, no puedo negar mi identificación con los independentistas, aunque quizá sea solo un rezago de resentimiento contra el imperialismo inglés y su prepotencia. No es una muestra de sutileza, por ejemplo, machacar desde Londres que en caso de un triunfo del sí, no habrá marcha atrás.

Tampoco ha sido muy inteligente José Manuel García Margallo, el ministro de Exteriores español, que anuncia que el gobierno aplicará el artículo 155 de la Constitución y utilizará todos los medios que estén a su alcance para evitar la consulta popular del 9 de noviembre para agregar que, llegado el caso, se suspenderá la autonomía.

En todo caso, en Escocia, las últimas encuestas conocidas le dan el triunfo al no por estrecho margen y, en Cataluña, Artur Mas, el presidente de la Generalitat, aun afirmando que "Cataluña está cansada del Estado Español", parece haber cedido ante las amenazas y prefiere convocar a elecciones anticipadas a seguir adelante con el referendo.

Escocia inaugura el primer capítulo de este culebrón que tendrá muchas secuelas en este mundo del siglo XXI, cuya globalidad parece consolidarse básicamente en un espacio virtual. Afuera, la cosa es con falda escocesa.