(Congreso)
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El gabinete Martos la tuvo bastante más fácil de lo esperado. Jugó un partido seguro. En realidad, Martos no dijo mucho. Llegó con un discurso mínimo para conseguir la confianza, apostando casi todas sus fichas a su tono conciliador y pequeños gestos, que en política son determinantes. Las tres únicas veces que hizo referencia a la minería fueron para hablar de la minería ilegal y sobre un nuevo fondo de estabilización del canon. No hizo mención alguna a proyectos de inversión minera, pero sí a economía circular y acuerdos con comunidades nativas amazónicas. Además, se refirió directamente a los conflictos sociales de Bretaña, en Loreto (que dejó tres fallecidos el domingo), y a Espinar, en Cusco, que ya se logró apaciguar, aunque no habló del Acuerdo de Escazú. Todo en clave de estrategia orientada a conciliar con el bloque legislativo no limeño.

En definitiva, al menos en la superficie, hubo un fuerte contraste con la presentación del gabinete Cateriano una semana atrás, lo que puede ser entendido como una mejor lectura de la cancha y rápida adaptación, pero también como señal de un gobierno con una visión oscilante.

Igual, con este Congreso siempre se tiene que leer entre líneas. No hay lonche gratis y el Legislativo pasará su factura: la amenaza real de una censura injustificada al ministro Benavides y una más a la ministra Alva será la forma en que un grupo de legisladores intentará cobrar la confianza otorgada. Recién ahí veremos las verdaderas agendas que se lograron matizar durante el debate del martes, en el que esos legisladores ya tenían sobre las espaldas una pesada negación de confianza.

El gobierno no tendrá mucho margen de maniobra para navegar esas interpelaciones, salvo, ante una posible censura de Benavides, nombrar en su lugar a un incuestionable defensor de la reforma universitaria, que es finalmente el verdadero objetivo.

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